Políticos y encuestadores se parecen en que ninguno admite haber perdido una elección o haber fallado en un pronóstico. Los ejemplos abundan en todas las jornadas electorales hasta en la última, pues todos los políticos, inclusive quienes perdieron estruendosamente, han salido a reclamar el triunfo, mientras ninguno de los encuestadores que inflamaron el ambiente con sus cifras erradas ha tenido el arrojo de poner la cara y pedir al menos excusas.
Como todos los liberales, tenía esperanza en que el expresidente César Gaviria llevaría el partido a puerto seguro y exitoso. Su prestigio y carisma permitían acariciar esa ilusión, pero no; condujo una desastrosa campaña electoral en la que solo se le vio cuando le reclamó al Gobierno participación en la torta burocrática.
Adicionalmente, propició una lista al Senado encabezada por un amigo suyo que sólo se representa a sí mismo y avaló listas para la Cámara con candidatos sombríos. Tan irreparables desaciertos se suman al hecho de que como jefe no fue capaz de imponerse para que la consulta interna del partido se hiciera ahora y no el año que pasó.
Los resultados saltan a la vista. Hoy el Partido Liberal es la cuarta fuerza política, porque por encima están el Centro Democrático, Cambio Radical y el conservatismo. De 17 senadores hoy, el liberalismo tendrá 14, mientras que en la Cámara perdió siete escaños. Y a todo esto se suman los resultados miserables de la consulta interna realizada a destiempo, que terminó en que a duras penas votaron 365.658 liberales por Humberto de la Calle, el pupilo de Gaviria.
La tarea de Gaviria al frente de los destinos del liberalismo ha concluido muy mal. Su gestión ratificó el talante rosquero que suele caracterizar al grupo político que él comanda, pues cuando uno de ellos llega a un cargo de importancia se dedica a nombrar o contratar a sus amigotes de siempre, una cofradía de oportunistas que siempre están listos para “sacrificarse” vinculándose a la nómina controlada por ellos mismos.
Gaviria debe dejar la dirección del partido y cuanto antes mejor. Su autoridad quedó maltrecha y su convocatoria es nula, pues ni las bases ni los congresistas atienden sus órdenes.
Así se confirmó esta semana, cuando el expresidente citó una reunión con los senadores liberales elegidos y concurrieron menos de la mitad. Lánguido papel de un exmandatario que en el curso de ese aquelarre propuso a los asistentes emitir un comunicado no para respaldar al arrinconado candidato De la Calle, sino para que lo apoyaran a él, precisamente al día siguiente de tan nefasto resultado en las urnas. Hasta en eso fracasó el expresidente, pues ni siquiera sus aliados emitieron un boletín de prensa.
En otros países, los jefes políticos que pierden elecciones el mismo día de su fracaso ofrecen sus renuncias, como un acto de dignidad y al mismo tiempo de gratitud con sus copartidarios. Aquí, a pesar de que copiamos todo, ocurre lo contrario. Da lo mismo ganar o perder, porque el resultado para algunos es siempre el mismo.
Lo que sigue para el liberalismo en lo que resta de campaña es bastante incierto. Muchas voces están clamando para que De la Calle asuma la dirección del partido, pero es evidente que éste no se atreve a contrariar a Gaviria, su mentor de todas las horas y de sus aventuras políticas.
Gran responsabilidad tienen los estatutos del liberalismo, al exigir que solamente sus parlamentarios o sus expresidentes puedan ser directivos del partido, pues ese requisito ha convertido la colectividad en una empresa dispensadora de avales donde solamente tienen voz y voto los beneficiarios de esa ruleta, pero no los ciudadanos del común.
La situación del liberalismo es un callejón sin salida. Ni Gaviria se va, ni el candidato De la Calle asumirá la jefatura única del partido, ni tampoco concertará alianzas con otros grupos políticos que le hagan menos doloroso a la colectividad el naufragio que se avecina.
Adenda. Deplorable que uno de los aspirantes a rector de la Universidad Nacional, Jorge Bula Escobar, haya sido denunciado de clientelista por dos de sus colegas. Eso no puede estar pasando en la más importante universidad del país.
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