En Chile la presidenta Bachelet, acosada por la baja en las encuestas a causa del escándalo en el que se vieron comprometidos su hijo y su nuera, cogió el toro por los cachos y agotó la archiconocida y exitosa fórmula de renovar su gabinete ministerial.
Pero hay otros ministros que francamente están estorbando y que deberían irse, tanto por su propio bien como por el del gobierno y el del país. Empiezo por el inefable ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, que nunca entendió que era subalterno de Santos y no de los generales o de Uribe. Su discurso altisonante ya no tiene eco ni en las tropas.
La ministra de Comercio, Cecilia Álvarez, exfuribista de pura sangre, está desconectada, y lo que se sabe es que cuando alguien osa criticarla monta en cólera y reacciona con soberbia. Aprendió los gritos con los que la maltrataron en la seguridad democrática.
El ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, cada día se le ve menos efectivo y más interesado en su futuro político que en el gobierno que inmerecidamente lo nombró. Su talante alcabalero lo está llevando al desastre. Todos sus colegas se quejan de que les paraliza sus proyectos, pero curiosamente donde más se notan sus restricciones es en aquellas carteras comandadas por ministros no conservadores. Sí, Cárdenas, como su amigote el procurador, hacen sentir su militancia política bañada en azul de metileno. Por eso no sorprende que el vicepresidente, Germán Vargas Lleras, haya confesado su desespero con la actitud del ministro de Hacienda, por cuenta de la cual los programas centrales del gobierno, como el de la tercera ola y el plan de obras públicas del Invías, están en veremos.
Obviamente, el problema no es solamente Cárdenas, sino Santos, porque la queja sentida del vicepresidente deja la sensación de que el presidente gobierna pero no manda, pues los proyectos banderas de este accidentado cuatrienio están siendo manejados al ritmo de un ministro que ni raja ni presta el hacha. Me niego a creer que al final de cuentas le van a tomar del pelo al vicepresidente.
La ministra de Cultura, Mariana Garcés, después de cinco años en esa cartera, sigue tan desaparecida y desconocida como cuando se posesionó. Su gestión bien puede calificarse como un lustro inútil, porque ha sido mediocre y selectiva, algunas veces para favorecer el “momierio” caleño para el que ha trabajado con obsecuencia durante años. Los liberales vallecaucanos, que hicieron el gran aporte electoral para la reelección de Santos, no entienden por qué razón esta región tan importante sigue teniendo una representación tan lánguida en el nivel nacional. Ya está cumplido el ciclo de esta ministra que haría bien en regresarse a Cali a manejar las veleidades culturales del Grupo Carvajal.
Lo que parecía iba a ser una crisis de mayor entidad, como lo exigen las actuales circunstancias de confusión y hastío, apenas ha quedado en que se fue Diego Molano del Ministerio de las TIC, sin duda un ministro estrella, y en su reemplazo han traído a David Luna, personaje amable y simpático, pero que tiene la llaga de ser otro bogotano en un gabinete que no solo no interpreta la provincia, sino que la irrita permanentemente. Ojalá el Gobierno no cometa la tontería de limitar el remezón ministerial a traer solamente a Luna, porque también lo sacrificarían.
Me faltó espacio para hablar de los demás ministros, en especial de mi viejo amigo, el publicitado Néstor Humberto Martínez. Con él hay para rato, habrá que volver sobre el tema.
Adenda. Qué mala suerte la de la Corte Constitucional: se les quedó Jorge Pretelt y les devolvieron a Alberto Rojas.
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llamado final