ES MUY DICIENTE QUE APENAS SE conoció el fallo que aniquiló la satrapía uribista, espontáneamente los periodistas que recibieron la magnífica noticia soltaran un sentido aplauso que se oyó en toda la nación.
Por algo también espontáneamente las gentes celebraron en las calles. No era para menos, se va el tirano que durante ocho largos años ultrajó la Constitución en su beneficio personal, el mismo que hasta última hora con sus elípticas declaraciones acosaba subliminalmente a la Corte.
Qué bueno para el país que siete magistrados prefirieran el Estado de Derecho que una embajada en París. No pudieron intimidar a los jueces constitucionales las columnas de “juristas” improvisados que creyeron que el derecho es artificio y trampas. Menos dio resultado la indelicada presencia del secretario jurídico de la Presidencia, Edmundo del Castillo, en la Corte un día antes de anunciarse el fallo, con la cual confirmó su mal juicio para aquello de las visitas.
Ahora empieza la reconstrucción nacional, en primer término de la justicia, la gran damnificada de la seguridad democrática. Ninguna de las Altas Cortes escapó a su nefasta influencia, unas por cuenta de las agresiones lanzadas en su contra, como la Corte Suprema de Justicia, y las demás porque han soportado inmensas dificultades para preservar la precaria autonomía que les ha dejado el régimen. La Corte Constitucional también sufrió el flagelo, pero aun así superó el ataque alevoso, porque no sólo enterró el esperpento por vicios de forma, sino por aspectos de fondo, al considerar que una segunda reelección sí habría sustituido la Constitución. Que nunca más se atrevan.
Alejandro Ordóñez, el “Absolvedor”, demostró una vez más que sus decisiones no son en derecho, ni transparentes. Su concepto cayó pulverizado, como han sucumbido sus determinaciones criminales de perseguir a críticos, de la mano del Presidente y el cuestionado vicepresidente “Facho” Santos, o de absolver a los bandidos vinculados al Gobierno al que tanto le sirve.
La corrupción será el más grande legado de Uribe. Ojalá muy pronto los medios que han estado entregados a la orgía del poder, se ocupen de revelar de qué tamaño es la podredumbre y qué tan ricos se irán quienes llegaron al poder a hacerse millonarios.
El fallo de la Corte es sobre todo un castigo a esa corruptela que supuso que todo podía hacerse. Violar los topes, convocar ilegalmente a extras al Congreso, ignorar la certificación del Registrador o tolerar el transfuguismo, eran los sustentos de esa aventura que tuvo en vilo al país durante dos años y medio.
Han quedado con un pie en la cárcel los promotores del referendo, que se valieron de todo menos de la decencia. Resultó ofensiva la declaración de Carlos Alberto Jaramillo, el presidente de esos promotores reeleccionistas, pues apenas cayó el referendo pidió el voto de sus compatriotas, porque aspira a ser senador de la República. ¡Qué cinismo!
Donde habrá que hacer más remiendos será en la política. No creo que alguno de los candidatos del uribismo esté dispuesto a asumir el papel de “presidente títere”, como los de Trujillo en República Dominicana. Germán Vargas Lleras, Noemí Sanín, Juan Manuel Santos, saben que en la vida pública hay que tener agenda propia. Lo mismo no puede decirse de Andrés Felipe Arias, quien habría interpretado divinamente su papel de maniquí.
Desde Laureano Gómez los presidentes conservadores lo han sido por el apoyo liberal, como los Pastrana —Misael y Andrés—, Guillermo León Valencia y Belisario, pero ahora Noemí encarna la más seria posibilidad del Partido Conservador de volver solito al poder. Si yo fuera godito no lo pensaría dos veces, la opción es Noemí. Lo saben en el Gobierno y por eso la están torpedeando, con el auxilio de ciertos gobernadores, como el del Valle del Cauca, Juan Carlos Abadía, de quien se dice anda promoviendo entre los alcaldes de su departamento que voten en la consulta interna por “Uribito” para derrotar a Noemí.
Y por el lado del Partido Liberal, es la oportunidad franca de que Rafael Pardo cautive a muchos que ante el desconcierto se dejaron tentar por el canto de sirenas de un uribismo que fue todo, menos liberal.
Bien ido el sátrapa.
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Adenda. Uribe y Chávez reunidos como “caballeros”. Invitación y reunión imposible.