A QUIÉN CREERÍA QUE LE ESTABA hablando la pintoresca canciller venezolana, Delcy Rodríguez, cuando con el mayor cinismo declaró en Cartagena que la temida y odiada Guardia venezolana no ha atropellado a los colombianos indefensos que en mala hora escogieron la frontera venezolana para subsistir con su familias.
Mientras la funcionaria chavista desafiaba a la verdad y los medios de comunicación, aquí asistíamos perplejos a la humillación con la que el sátrapa Nicolás Maduro y el gorila Diosdado Cabello siguen ultrajando a nuestros compatriotas.
Es una lástima que ningún funcionario nuestro se hubiere tomado el trabajo de controvertir a la canciller venezolana, como debió haber ocurrido en el mismo sitio de la rueda de prensa. Si ya era una grosería mayúscula que Maduro y Diosdado se atrevieran a sostener que nada malo les ha pasado a los colombianos que han deportado con sevicia, la declaración de la ministra venezolana negando esos abusos fue una provocación que ha debido ser respondida con energía y dignidad.
Lo que no podremos entender jamás es cuál es la razón para haber sometido a nuestros compatriotas expulsados de territorio venezolano a la vergüenza y fatiga de tener que emigrar atravesando un río con sus precarias pertenencias a cuestas y con sus hijitos atemorizados, en vez de haberles permitido que salieran por el puerto fronterizo. No sólo los echaron, sino que deliberadamente quisieron torturarlos y faltarle al respeto a toda la Nación. Ni aun en el evento de que la frontera estuviese plagada de paramilitares —como erradamente lo afirmó el expresidente Samper—, lo cual además no está probado, se justificaba la acción arbitraria con la que Maduro y Diosdado evidenciaron una vez más su catadura inmoral y fascista. Nunca antes ninguna potencia extranjera nos había agredido tanto, ni cuando la guerra con el Perú, ni con la pérdida de Panamá.
Si en Venezuela están utilizando este penoso episodio para reportar provecho en las próximas elecciones de diciembre, aquí el uribismo está en lo mismo. No hay derecho a que el expresidente Uribe se haya trasladado a Cúcuta a valerse de las familias deportadas para multiplicar sus ambiciones populistas. Tal gesto fue tan oportunista como el de aparecerse delante del consulado venezolano en Bogotá con toda su tropa de intolerantes a provocar una situación que bien puede conducir a un desastre insoluble.
Este gravísimo problema no puede manejarse con el criterio revanchista de que, por cuenta de los ataques alevosos de Maduro contra Uribe, Colombia tenga que padecer esta tragedia que a estas horas ya tiene visos de ser una confrontación bélica. El expresidente y hoy senador hizo de la relación con el vecino país un problema personal, que es lo que les ha servido de pretexto a los bocones caraqueños para desatar la más pavorosa crisis humanitaria de la que se tenga noticia en América Latina. Que no se nos olvide cómo estaba de maltrecha la relación Caracas-Bogotá cuando se fue Uribe del poder y asumió Juan Manuel Santos, ni tampoco que, si bien al exmandatario lo han maltratado con insultos inaceptables, también él ha inflamado el ambiente con sus expresiones hostiles y provocadoras. Si en Venezuela están Maduro, Diosdado y Delcy, aquí también tenemos a Uribe. Dios los cría y ellos se odian.
Hay que respaldar al presidente Santos en esta emergencia nacional y a la junta directiva integrada para hacerle frente a la misma. Hizo bien en llamar a consultas a nuestro embajador, por cierto desaparecido en esta emergencia, y en subirle el tono a su discurso. No más paños de agua tibia con la satrapía caraqueña. Ni un paso atrás, ni siquiera para tomar impulso. Por encima de todo, la dignidad nacional.
Adenda. Magnífica la película Antes del fuego, sobre los días precedentes al asalto del Palacio de Justicia por el M-19 y su brutal retoma por la Fuerza Pública. Está bien documentada. Hay que verla.
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