Anuncia el Gobierno que se propone restablecer la coalición ahora que registra balance bastante precario de sus proyectos en el Congreso, el cual contrasta con las marchas multitudinarias convocadas esta semana por la oposición.
Era previsible que ese cañazo de pretender gobernar solo con el Pacto Histórico y los restos mendicantes de un clientelista Partido Liberal judicializado no aguantaría. Por supuesto, cuando Petro les dio el portazo a los ministros liberales que generosamente lo acompañaron en el breve tramo inicial de su mandato, no tenía contemplado en el horizonte que le iba a estallar el penoso escándalo de su ex jefa de gabinete, Laura Sarabia, que ya tiene occiso y aún no se apacigua. Es inevitable concluir que este suceso tan grave debió de incidir para que, en su inconmensurable terquedad, Petro permitiera que se filtrara la noticia de que ahora sí está dispuesto a restablecer las precarias alianzas políticas que le permitan gobernar, pero ya es tarde. Así él crea que, de haber hoy elecciones, también ganaría.
En efecto, teniendo dentro de tres meses las elecciones regionales, en las que claramente el temario a proponerles a los electores no será distinto al de apoyar al gobierno o hacerle oposición visceral, no parece fácil que las ya numerosas colectividades partidistas opten por escampar con el paraguas de un gobierno que no puede protegerse de los torrenciales aguaceros que lo acosan. Muy pocos estarán interesados en sumarse a un acuerdo de gobernabilidad administrado por un presidente que ya sentenció “ministro o ministra que no haga caso, se va”.
Es allí donde radica la inmensa dificultad de pactar una coalición con el gobierno. Oyendo al ministro del Interior, el habilidoso Luis Fernando Velasco, no suena atractivo ni estimulante para las fuerzas opositoras sumarse en este momento a la tarea de gobernar. La idea del gobierno es restablecer la coalición que él mismo rompió de manera sorpresiva y soberbia, pero no con el propósito de que quienes acepten ese reto sean oídos con propuestas diferentes o antagónicas a las de Petro y sus agentes. Dialogando y cediendo es como debe operar una alianza entre distintas vertientes ideológicas para asumir un gobierno. Ese experimento en Francia lo llamaron cohabitación y funcionó en su momento.
Pero aquí es notorio que lo que quieren Petro y su gobierno es que quien venga de afuera se vuelva un militante de su causa y de su programa, o, mejor, que se voltee y se olvide de sus compromisos con su propia cauda electoral. Un matrimonio en el que una parte le imponga a la otra su voluntad, reglas y objetivos obviamente no tiene futuro, sino los días contados. Eso no es coalición sino imposición, por lo demás humillante.
Si de lo que se trata es de acuñar una nueva coalición como la que viene soñando el gobierno, consistente en que sus opositores y críticos dejen de temerles a las reformas de Petro, o que las entiendan, lo que solo es posible si coinciden con la hermenéutica oficial, eso estaría pegado con babas. La amalgama de pareceres políticos contradictorios no se puede traducir en suponer que quien gobierna siempre tiene la razón, y que, por eso, en tan autoritaria solución, los otros solamente tienen “derecho” a ser considerados adherentes y no unos aliados que al final se suman para enmendar el “error” de no haber estado inicialmente de acuerdo.
Por ahí no es la cosa. Hay que barajar de nuevo sí, pero con generosidad y sinceridad. Eso implica que el gobierno tiene que estar dispuesto a darle a un timonazo a todo, empezando por las negociaciones lánguidas con el ELN, que Petro pretende adelantar y concluir él solito con los suyos, exceptuando la acertada inclusión de José Félix Lafaurie en nombre de los “blanquitos riquitos”, según el lenguaje estigmatizante del gobierno del cambio. Al trascendental cierre del tercer ciclo de conversaciones con el ELN en la Habana solo asistieron las tropas del Pacto Histórico y el resucitado M-19, como si un acuerdo de reconciliación con los alzados en armas solo interesara al gobierno y no a todas las fuerzas políticas. Con semejante egoísmo no solo no se puede gobernar, sino ni siquiera vivir.
Adenda. Impresentable que el Senado en vez de legislar interfiera delictuosamente, casi por unanimidad, en el incumplimiento del fallo del Consejo de Estado que anuló la elección del contralor, dizque mientras no se decida una acción de tutela.