Conozco de vista, trato y comunicación a Rafael Pardo por muchas razones, algunas de ellas familiares que no me inhabilitan para expresar mi apoyo irrestricto a su nombre como aspirante a la Alcaldía de Bogotá.
Para empezar, Pardo es el candidato de mi partido, el Liberal, en cuyos linderos he militado y espero morirme, a pesar de las equivocaciones y contradicciones imborrables de algunos de sus dirigentes. La ideología está por encima de los yerros humanos; a estos últimos los sepulta el tiempo, en cambio las convicciones son eternas, dan certeza y credibilidad. Creo que para la supervivencia del liberalismo va a resultar definitivo que triunfe en Bogotá, ciudad que siempre ha sido liberal y pluralista, que es lo que encarna y promete Pardo, y creo que es capaz de cumplir.
Cuando miro a todos y cada uno de los candidatos a la Alcaldía, hago el cálculo de cómo sería la ciudad manejada por cada quien, y llego fácil a la conclusión de que con Pardo la capital viviría tranquila, sin sobresaltos ni peleas irreconciliables, sin odios o resentimientos, y eso ya es bastante en un país donde todo es negativo y adverso. Hace mucho tiempo que Bogotá vive con los ánimos crispados y en pie de confrontación y, para decirlo de una vez, Pardo es el único candidato que por su talante sereno puede conseguir, si no acabar, al menos morigerar esa guerra fría y pugnacidad permanentes. O habrá alguien que crea, por ejemplo, que con Enrique Peñalosa o Pacho Santos de alcaldes nos vamos a levantar todos los días en paz, sin polémicas irascibles e inútiles. Por las vallas promocionales de Pacho ya se sabe lo que sería su Gobierno manejado tras bambalinas por Uribe, y con Peñalosa siempre hay la duda mortal de la que hablaba Racine, de que se acueste liberal y se despierte en el Centro Democrático.
La idea de “construir sobre lo construido”, como lo propone Pardo, parte del supuesto tranquilizador de que para ser buen burgomaestre no hay que arrasar con todo lo que hay, para que no quede rastro de los antecesores. Estamos hastiados de esos programas polarizantes donde prevalece la estigmatización a la opinión contraria. La paz debe iniciarse por este camino.
Pero obviamente la propuesta de gobierno de Pardo es acertada y factible, sobre todo porque él tiene las horas de vuelo necesarias para cumplir lo prometido. En efecto, el candidato del liberalismo, experto en seguridad y orden público, tiene claro que el tema de la seguridad ciudadana es prioritario para quienes deambulamos diariamente por los calles de Bogotá, como también que hay que dedicarle tiempo y esfuerzos a la política de empleo, como lo hizo cuando fue ministro de Trabajo.
La creación de una Policía administrativa que dependa directamente del alcalde, que con simples comparendos y sin el uso de armas le ponga orden a este caos de ciudad, es una magnífica solución, que por lo demás no implicará reclamar apoyos al Gobierno Nacional ni tener que tramitar una nueva ley. Una Policía administrativa dependiendo directamente del mandatario acabaría con el burladero de todos los alcaldes de echarles la culpa de la inseguridad a otros funcionarios, y además empoderaría a los ciudadanos de a pie, porque por fin tendrían a quien quejarse cuando sus promesas resulten incumplidas.
Pardo ha transitado la vida pública con pulcritud, sensatez y sin altanería. Con él se puede disentir sin temor a represalias. Lo digo por experiencia. Su paso por dos ministerios, el Congreso, la misma Alcaldía de Bogotá —que ejerció temporalmente como un oasis— y por la academia universitaria garantiza que al frente del segundo puesto más importante de la Nación habría una persona que tendría claro el sentido de la ética pública y la responsabilidad como gobernante. Ni una sola mancha en su ya largo periplo existencial, garantiza que con Pardo habría seguridad, empleo, futuro y progreso. No más aventuras.
Adenda. Ojalá que la reunión de mañana en Quito entre el presidente Santos y Maduro, no resulte siendo una celada de los enemigos agazapados de Colombia, empezando por Rafael Correa.
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