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La durísima pero verosímil misiva de Álvaro Leyva a Petro en la que oficia como testigo presencial de lo que llama problemas de drogadicción del presidente, recrea lo que se comenta hace mucho tiempo.
Cuando Petro fue elegido alcalde, circuló una historia que le oí a un alto servidor del Estado, quien presenció los hechos. En efecto, la noche del triunfo hubo celebración en un hotel a la que concurrió Petro con su equipo de campaña y su familia. El ágape fue corto, pero intempestivamente la cónyuge del alcalde electo manifestó su presentimiento de que su esposo hubiese sido secuestrado porque, pasadas varias horas, ni sus escoltas sabían su paradero. Las autoridades recibieron con incredulidad la queja lo cual no agradó a Verónica quien, bastante preocupada, advirtió que informaría a los medios sobre la desaparición de su marido. Ante el inminente escándalo se ahondaron las pesquisas y el asunto terminó esa madrugada cuando, en una casa en Suba, ubicaron a Petro en una fiesta nada pacífica. El asunto nunca cruzó el umbral de un medio de comunicación.
Más tarde, en plena campaña presidencial de 2022, la arrogante y agresiva Ingrid Betancourt, en un debate televisado, le recordó a Petro que lo había encontrado dormido en el suelo de su casa en Bruselas, al parecer fundido como consecuencia no propiamente de exceso de trabajo sino de una rumba. Petro no se indignó ni desmintió a su examiga. En esa misma campaña vimos bastante alicorado a Petro arengando en Girardot, su “plaza roja”, como entonces la llamó.
Iniciado el gobierno, los colombianos empezamos a ser testigos de incumplimientos y reacciones descoordinadas de Petro, que fueron acompañadas con rumores de sus hábitos imprudentes, por decir lo menos, que lo hicieron protagonista de excesos y actos bochornosamente groseros. Entonces se hicieron frecuentes las cancelaciones indiscriminadas de citas, las esperas de horas o días, los desplantes, las declaraciones vulgares (como “mucho HP”) o mensajes incoherentes en redes: una multiplicidad de sucesos que sembraron la imagen de que Petro es algo más que taciturno.
Y ahora Leyva, en la que denominó “primera carta”, abre plaza revelando episodios que en su opinión son indicios de que la vida desordenada de Petro, con su paranoia y delirios, son consecuencia de su drogadicción y, entonces, sus copartidarios suscitan una discusión moralista, pues el presidente no fue capaz de desmentir a su excanciller. Salvo por los insultos y descalificaciones a Leyva, Petro apenas sugirió que se perdió en Paris con su familia, aunque su corresponsal lo advirtió de que “supe en donde había estado”, lo que probablemente leeremos en la próxima carta.
No es asunto íntimo que el mandatario tenga un consumo problemático de estupefacientes, como sí lo es que haga el ridículo tratando de embellecerse. Igualmente es minúsculo el debate sobre no avisar que sería sedado para soportar una intervención —que de nada le sirvió—, porque, con ese criterio, cada vez que se acueste a dormir tendría que hacer lo mismo.
La discusión tampoco puede resolverse sindicando a otros expresidentes de “periqueros” o enrostrándoles inclinaciones pedófilas porque, aun siendo ello cierto en algunos casos, no se ha sabido de alguno cuyos vicios lo hayan desquiciado en el ejercicio de sus funciones.
Si alguna adicción incide en las funciones presidenciales, como parecería probable en Petro, el tema trasciende de lo privado a lo público. En ese escenario, cualquier ciudadano podría, por ejemplo, formular una acción popular por violación a la seguridad y salubridad públicas, para que un juez establezca si es verdad o no que Petro consume estupefacientes en proporciones problemáticas para su gestión y adopte medidas.
Ello serviría para controlar con terapia médica y sicológica sus actos como gobernante, porque sus disparates nos afectan a todos y pueden causar males irreparables, no solo al paciente. No se trata de un chisme político.
El país necesita claridad sobre este enojoso episodio. El presidente ha contestado de manera vaga y nada convincente. Si los colombianos eligieron a quien necesita tratamiento, es irresponsable seguir creyendo que se trata de habladurías o pidiendo pruebas de lo que ya es inocultable. Y parece que no es el único en el gobierno del cambio.
Adenda No 1. Sin pena ni gloria la conmoción interior en el Catatumbo que tampoco sirvió. ¿Quién responderá?
Adenda No 2. ¿Para cuándo la Procuraduría anodina pero rimbombante de Eljach iniciará investigaciones contra los funcionarios que están interviniendo en política, abierta y peligrosamente?
