Petro parece no haber comprendido lo que le pasó personalmente el domingo eterno en el que se le ocurrió desafiar al presidente americano, quien estaba listo a enfrentar al primero que se le atravesara. Trump contó con la buena suerte de que el mandatario le salió al ruedo a las 3 de la mañana, como quien llega iluminado de una fiesta lanzando disparates y retando innecesariamente a los Estados Unidos.
En efecto, Petro exhortó a Trump a que lo tumbe, porque él cree que si eso llegara a ocurrir Latinoamérica entera se levantaría a martirizarlo. No está ni tibio. Trump de bobo no tiene un pelo, y no se le ocurriría conspirar contra Petro después de que gracias a su torpeza logró su primer triunfo internacional sonoro e inolvidable. No solamente le ganó a Petro, sino que le propinó la más estruendosa muenda que no olvidará mientras viva y pasará a la historia como la más grande humillación sufrida por Colombia, que nos hizo recordar la pérdida de Panamá, cuyo canal ahora Trump pretende les sea devuelto.
Petro no le ha puesto la cara al país luego de hacerse tristemente célebre por torear y tener que arrodillársele a Trump, ni tampoco estuvo el domingo en la Casa de Nariño —según lo reveló Daniel Valero en la crónica publicada en El Espectador—, pero ojalá haya caído en la cuenta, por ejemplo, de que todo esto le pasó por querer emular al presidente Lula del Brasil. A Petro le pareció que, si Lula había protestado por sus deportados, él tenía que superarlo, porque no hay nadie que pueda competirle en su ambición de ser reconocido como el nuevo líder de Latinoamérica. Lula, quien tampoco es tonto, no desautorizó los vuelos a su país e hizo lo que la prudencia elemental indica: una simple nota de protesta y todo siguió con normalidad. Pero Petro soñó con salir de este episodio como sucesor de Fidel Castro, pero terminó como una caricatura de otro Castro, el famoso humorista Hebert —el de “se les dijo, se les advirtió”—, y por eso hoy es el hazmerreír del planeta.
Pero también es bueno que Petro haya entendido que en sus delirios está solo, con la excepción de unos pocos áulicos, quienes en medio de la crisis lo aplaudieron dizque por salvaguardar la dignidad de unos compatriotas que, en vez de ser recibidos ese día en su país, tuvieron que prolongar el trance de ser ultrajados y expulsados de la nación a la que ingresaron ilegalmente. Como si al negarle la entrada a su propio país a los maltratados migrantes se restableciera su dignidad.
No contó el mandatario este domingo negro con el respaldo público de uno solo de sus ministros, quienes permanecieron silentes hasta que Álvaro Uribe les hizo el milagrito de calmar la furia gringa. Hasta la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) le dio un portazo a Petro porque canceló la cumbre de jefes de Estado que a las volandas pretendió se convocara en su auxilio. Ni siquiera el camaleón Murillo, el saliente canciller, de quien ahora se sabe que se disgustó tardíamente con su jefe, y sale además trasquilado porque renunció a su ciudadanía americana para asumir este azaroso empleo en el que estuvo a punto de perder su visa.
El problema más grave no es solo lo que hizo ahora Petro, sino lo que es capaz de volver a desatar para cumplirle a su borrascoso itinerario de montaña rusa, sin que nadie sea capaz de detenerlo. El tema de la salud y condición en la que el presidente ejerce su función pública y por cuánto tiempo lo hace al día es un asunto de seguridad nacional y deberá debatirse pronto, para Petro y todos los que vengan. Pero lo que no da espera es una estrategia confiable que establezca la diplomacia que se adelantará con Trump sin poner en riesgo y protegiendo los derechos humanos de los colombianos, así como la economía y tantos otros aspectos que nos atan cual cordón umbilical a la tierra del Tío Sam. En un país de locos, podemos aspirar a que quien nos gobierne no sea el menos cuerdo. No es solo la gastritis. Los mismos que piden pragmatismo y prudencia con la dictadura venezolana quieren incendiar las relaciones con Trump; ¿quién los entiende?
Petro es cautivo de sí mismo, y sus compatriotas también somos reos de él y de sus alucinaciones cada vez más peligrosas. Y pensar que todavía faltan 19 eternos meses.
Adenda. ¿Al fin el Partido Liberal se aleja del Gobierno? ¿O se va solo Gaviria? Da lo mismo, porque ¿qué es hoy en día el liberalismo sin Gaviria?