La actividad parlamentaria ha tomado un rumbo bastante perjudicial para la democracia, porque en el Pacto Histórico, al igual que en su momento lo hicieron los uribistas, creen que la única forma de estar del lado del gobierno es apoyándolo ciega e incondicionalmente. Cualquier fisura o disidencia convierte en opositor o enemigo a quien tenga el arrojo de pensar diferente a como lo ordenen en la casa presidencial o en el Congreso.
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Esa fórmula de censurar la opinión contraria a las decisiones de un gobierno es peligrosa. Aquí se ensayó con consecuencias sangrientas, cuando las dictaduras civiles de Laureano Gómez y Mariano Ospina y más tarde en la militar de Rojas Pinilla, cuando mataban indiscriminadamente liberales y opositores. Que eso haya pasado en esas épocas tempestuosas es una vergüenza inolvidable, pero que se repita ahora es una tragedia.
El clima actual de intolerancia arranca porque unas parlamentarias del partido de los Verdes expresaron su legítimo desacuerdo con normas incluidas en la reforma política, concretamente el mecanismo subliminal para reelegirse los parlamentarios, las listas cerradas y su propósito de que puedan ser nombrados ministros. Tales pilares de esta reforma tienen sabor totalitario y por tanto en vez de llevar al país a la modernidad nos están regresando al clientelismo más agresivo. De adoptarse esta normatividad, los políticos asegurarán el botín, y entonces serán amos y señores del Congreso y el ejecutivo, y por esa vía terminarían apoderándose del poder judicial.
El Pacto Histórico no solo ha desaprobado las voces disidentes de algunos de sus aliados con el proyecto de reforma política, sino que ha ido mucho más lejos, pues ya se ha deslizado la amenaza de excluir a quien disienta, la cual están tentados por cumplirla. En efecto, la representante Katherine Miranda —congresista de prestigio ascendente— fue advertida de que si sigue oponiéndose a este proyecto de reforma política que tiene arrodillados a muchos congresistas, se expondrá a que le desconozcan su derecho a ser elegida presidente de la Cámara de Representantes en el tercer año del período, como fue acordado hace unos meses.
Es muy difícil, casi que imposible, que los miembros de un partido estén siempre de acuerdo con todo lo que se le ocurra al gobierno, sin que por estarlo en algún momento con razones fundadas frente a uno o varios aspectos tengan que ser tratados como traidores. La militancia en un partido no debe ser camisa de fuerza que suscite represión. Ser miembro de un partido político es un espacio de permanente deliberación civilizada de ideas entre iguales, no un comité lisonjero de aplausos.
El mensaje que se está enviando con esta determinación que prohíbe el disentimiento es polarizante e incendiario. Todo indica que ese libreto exige que quienes quieran estar del lado del gobierno no puedan moverse un milímetro, porque quien lo haga ya estará en las toldas “fajardistas o robledistas” que es el adjetivo con el cual estigmatizan a las congresistas contestatarias. Dicho de otro modo, en el gobierno de la “paz total” solo se permite ser petrista.
El problema es que lo que se está sintiendo es que la probable exclusión de la coalición a quienes se aventuren a tener opinión propia no es indiferente a las mesiánicas bodegas petristas. Se ha vuelto hábito que en cuanto algún columnista cuestiona a Petro, a la primera dama, a un ministro, un nombramiento, o la Dirección Nacional de Inteligencia —la cual ya genera desconfianza y temor—, le llueven rayos y centellas en las redes sociales. Lo digo por experiencia propia, como se puede comprobar con los crecientes insultos que suelen responder las críticas a Petro y a su delicado combo.
Si las coaliciones de gobierno solo permiten una sola opinión entonces lo mejor sería que todos los partidos que se sumaron al Pacto Histórico se retiraran y se matricularan como bancadas independientes. Pero lo que no puede seguir pasando es que el modelo de lo que nos está tocando padecer se traduzca en sostener una democracia plebiscitaria en la que el gobierno pretende subsistir agitando plazas y calles en busca de respaldo popular para de paso aplastar las voces disidentes. Cuándo entenderán que la única forma de acertar no es pensando igual que el gobernante de turno y sus aliados.
Adenda No 1. Urgente. Shakira asesore a Vargas Llosa en esta tusa.
Adenda No 2. No a las corridas de toros.