A juzgar por la improvisada nómina con la que el Gobierno va reemplazando a los funcionarios que dejan sus cargos, es evidente que, salvo contadísimas excepciones, no cuenta con gente importante para nombrar. Lo propio le ocurre al Centro Democrático, pues ya hoy, de tanto repetirla, no ven tan absurda la propuesta totalitaria de llevar al vástago empresario Tomás Uribe al Senado, a la Vicepresidencia o inclusive a la Presidencia, pues si pudo Duque, por qué no él. Tampoco les parece un disparate llenar de galanes faranduleros el Congreso, adonde también piensan llevar a los voltearepas de Miguel Uribe Turbay y el sufrido general Mendieta, entre otros oportunistas irredentos.
El Gobierno y su partido no nombran a los funcionarios ni escogen a sus candidatos pensando en los más competentes, sino en quién está disponible y además dispuesto, no importa que carezca de las aptitudes para desempeñarse.
Los ejemplos abundan. Sin que pueda decirse que el gabinete inicial con el que arrancó el subpresidente Duque fuese excelente, lo cierto es que como ha venido conformándose luego de varias bajas es deplorable.
Para empezar, llamaron al Ministerio de Ambiente a Carlos Eduardo Correa, un lagartazo que se hizo célebre por sus yerros como alcalde en Montería. Algo similar puede decirse del ministro de Agricultura, Rodolfo Enrique Zea, a quien, como se recuerda, le abrieron una investigación disciplinaria apenas se posesionó por hechos acaecidos cuando fue secretario general de Findeter. Igual ha sucedido con el manzanillo ministro del Interior, Daniel Palacios Martínez, un lánguido exconcejal de Bogotá, vallenato apenas experto en “mermeladas” parlamentarias. Y qué decir de Wilson Ruiz, quien sigue pasando agachado frente a la recordación de su paso oscuro y cuestionado como procurador delegado ante el Consejo de Estado, nombrado por el fascista Alejandro Ordóñez.
Muerto Carlos Holmes Trujillo, quien en todo caso, de no haberle ocurrido esa tragedia, habría renunciado muy pronto para que Uribe y su banda de aduladores le obstaculizaran su aspiración presidencial, en su reemplazo designaron a Diego Molano. Se trata de un exconcejal menor de Bogotá que, salvo su agresivo uribismo, no tiene mérito ni experiencia en los temas de la cartera. Sus trinos, recordados por estos días, contra la JEP, el proceso de paz y la protesta social muestran que se trata de un funcionario prepotente, arrogante e intransigente. Con razón su nombramiento no ha sido bien recibido por algunos altos oficiales, pero sí con la incomodidad de que la fuerza pública quede sujeta a la orientación y mando del nuevo ministro. Lo cierto es que con este ministro de Defensa repitiendo el irresponsable planteamiento del desastroso defensor del Pueblo, Carlos Camargo, de que primero hay que acabar el narcotráfico antes que proteger a los líderes sociales, ya se avizora lo que harán algunos militares de esos que saben aprovechar el cuarto de hora.
Como para que no quede duda, con sus buenas influencias el Gobierno metió a la junta directiva del Banco de la República a la hija de una de sus consentidas funcionarias. Es su manera de garantizar la independencia y autonomía del Emisor, que parece se equiparará solo a la ridiculez de posesionarse con vestido largo de fiesta en tierra caliente. También en los gobiernos de Uribe sucedió algo parecido no solo en el Banco sino en la Comisión Nacional de Televisión y en el Consejo de la Judicatura. No todos lo hemos olvidado.
Y, como dicen, aquí no acaba el festín, pues faltan más datos. La rapiña y la voracidad pululan en la Casa de Nari. Lo que resta de este oscuro y siniestro mandato mafioso, perseguidor e incompetente de Duque es que entre todos se van a sacar chispas aspirando a ministerios y curules, porque creen, como buenos piratas, que el servicio público en el Ejecutivo o en el Congreso es un botín.
Adenda. Peligrosa e inaceptable la postura represiva y retardataria de la Corte Constitucional con ocasión del fallo de tutela en el asunto de Carolina Sanín vs. la Universidad de los Andes. Esa decisión de tinte fascista pretende convertir en cárceles las universidades, para que nadie pueda disentir ni criticar. Con menos arrancaron las cortes en la Venezuela de Maduro.