Desastroso el negocio que hizo el subpresidente Duque con su accidentada intervención en la ONU y en general en Estados Unidos, repartiendo el folleto contentivo de las supuestas pruebas de que el dictador Maduro protege a la insurgencia colombiana. Si lo que se pretendía era sepultar al sátrapa venezolano, la verdad es que por segunda ocasión se salvó —la primera fue con el malhadado concierto en la frontera con Venezuela en febrero de este año, monitoreado por los Rastrojos, los protectores de Guaidó—, y en cambio quedamos como una republiqueta.
Antes de este episodio desafortunado nadie ponía en duda que Venezuela ofrece albergue cómplice a guerrilleros, pero luego de la exhibición de las fotografías falsas es probable que en la ONU hayan concluido que no pueden tomarse en serio las acusaciones colombianas. Y no es para menos. Cualquiera de los embajadores ante la ONU y sus asesores tienen que haber pensado que si el mandatario escogió el foro mundial de la diplomacia para exhibir pruebas falsas, aquí puede ocurrir de todo. Y tienen razón. Es la consecuencia de creer que la ONU es lo mismo que uno de esos ridículos consejos Construyendo País, en los que Duque y sus ministros van por las regiones haciéndose aplaudir de la lambonería local, que la hay en todas partes.
No tenía ninguna necesidad Duque de aparecerse con un panfleto de fotos falsas ante la ONU, pues estaba en un foro donde bastaba decir que Venezuela es santuario de la guerrilla para que le creyeran. Esos son hechos notorios. Es obvio que nadie en la ONU estaba pidiendo pruebas, y menos falsas, de la protección venezolana a la guerrilla, pero el Gobierno se embarcó en la aventura de acreditarlo de la mano de inteligencia militar, y ya se sabe lo que sucede cuando esta última interviene en el esclarecimiento de la verdad.
Y para acabar de completar los garrafales errores e intentar que Duque quedara menos mal en el plenario de Naciones Unidas, decidieron justificar las fotografías falsas calificándolas como de “contexto”, como si con estas fuese permitido mentir, para enseguida dar de baja al general del Ejército responsable de la inteligencia y la contrainteligencia. Le habría servido más al Gobierno “dejar así” y esperar a que se normalizaran las alborotadas aguas, que salir a reconocer la imborrable falta a través de decretar la salida de un alto oficial.
Pero si en la ONU llovió, en el resto de la gira estadounidense no escampó. En un concurrido foro en Miami, delante de muchos compatriotas que todavía creen que la salvación del país es el Centro Democrático, Duque incurrió en dos imprudencias que retratan su talante autoritario. La primera, censurar a la Corte Suprema de Justicia por la condena impuesta al exministro Andrés Felipe Arias, que calificó de excesiva; la segunda, ante la pregunta de cuál era su opinión frente al publicitado juicio contra el presidente eterno, de alguna manera mandó el mensaje subliminal a la Corte de que no se atreva porque lo único que él sabe “es que Uribe le ha prestado grandes servicios a Colombia”. A buen entendedor, pocas palabras bastan. Con el criterio de la inmunidad perpetua a buena cuenta de los servicios prestados, por ejemplo, y sin el ánimo de comparar a nadie en particular, en Francia al término de la Segunda Guerra Mundial no habrían podido juzgar y condenar al mariscal Pétain por traidor, consagrado héroe de la Primera o Gran Guerra, como en efecto ocurrió.
Mientras el país andaba distraído con ese sainete de desaciertos, pasó inadvertida la noticia de que varios policías vestidos de civil se infiltraron en las marchas de estudiantes y se dedicaron a suscitar violencia para desprestigiar la protesta estudiantil. Semejante hecho tan grave debería haber generado la caída del ministro de Defensa y del director de la Policía. Estamos en las peores manos.
Y pensar que todavía faltan tres largos años.
Adenda. Como para que no quede duda de que Duque está equivocado, aislado y solo, el canciller-candidato Holmes Trujillo intenta justificar lo inexplicable. La Cancillería hoy es una máquina de “mermelada duquista” que en apenas un año de gobierno ha consentido a sus amigos con cómodos puestos en el extranjero, devengando jugosas remuneraciones que pagamos todos.