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El mandato de un loco cuerdo

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Ramiro Bejarano Guzmán
11 de marzo de 2012 - 01:00 a. m.
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Ya son varias las columnas y artículos que han recordado a Álvaro Bejarano Moncayo, el periodista bugueño, hermano de mi padre, fallecido el pasado domingo después de una prolongada y penosa enfermedad.

De Álvaro se sabe que era un repentista genial, que hizo historia con sus oportunos apuntes. La excelente crónica de Daniel Samper Pizano describió, con algunos de sus chispazos, la velocidad con la que Bejarano sorteaba las más variadas situaciones. También se conoce que fue un contertulio famoso por sus prolongadas faenas de bohemia en muchos sitios, en especial en “La Cueva”, su célebre apartamento en una colina de Cali, por donde desfilaron personajes de todos los colores y sabores, testigos todos de su talento. A quienes quieran conocer más detalles de la vida amable pero también atormentada de mi pariente, los invito a leer las palabras que pronuncié en su sepelio el lunes pasado (http://www.elespectador.com/entretenimiento/arteygente/medios/articulo-3...).

Sin embargo, donde se hizo grande Álvaro no fue en el gracejo ni en su infinita simpatía, sino a la hora de enfrentar su propia muerte. A pesar de que el ser humano se sabe mortal, cuando tiene cerca ese destino ineluctable de partir para siempre, su actitud es timorata y elusiva. Es comprensible. A Bejarano le ocurrió lo contrario, pues se despidió mirando de frente a los ojos de la muerte. Su dignidad quedó consignada en un documento que lleva su firma autenticada en una notaría, por los días en los que tuvo noticia de que el final era inminente.

Prefiero cederle la palabra a quien, como Álvaro Bejarano, aún después de muerto tiene muchas cosas que decir, antes que ensayar a tejer un perfil más de su vida, cuya factura me estremece el corazón todavía sacudido por su partida. Por eso, con autorización de sus hijos, revelo este documento indubitable, lleno de carácter, ternura y de gratitud con la vida:

“En plena posesión de mis facultades mentales y por imperativo mandato de mi conciencia, deseo para su cumplimiento total que en caso de ataques súbitos de enfermedades terminales o irreparables no se me conecte para prolongar inútilmente esa existencia demeritada que sólo acarrearía gastos y tensiones familiares a quienes me quieren. Como padezco una diabetes fuerte y descuidada de la que pueden derivar amputaciones, que en ningún caso éstas se realicen, pues ya ha sido demasiado padecimiento soportar en los últimos 5 años una invalidez en medio de los más atroces e indescriptibles dolores por causa de una neuropatía diabética en donde he tenido la asistencia profesional de un magnífico médico.

De igual manera, en caso de aparecimiento de alzhéimer o cualquier daño cerebral o motriz, mi deseo no es sólo que se me deje morir, sino que se acelere el desenlace final. De esta determinación taxativa quedan notificadas mis hijas e hijos: María Fernanda, Juan Carlos, Rodrigo, Victoria Eugenia y Mónica Bejarano de la Torre, y mis médicos, a quienes ruego hacer cumplir mi voluntad.

Cabe una reflexión sobre esta determinación y es que he tratado de vivir hasta ahora de manera estética amando a los míos y sublimando la amistad y estoy sin resquemor alguno y dichoso de vivir y por eso demando una muerte digna.

De igual manera, cuando arribe la redentora muerte no deseo ninguna clase de rituales religiosos más allá de una cremación rápida y con el puñado de cenizas inútiles lanzarlas en la brisa caleña para que se confundan con las cometas que se me perdieron cuando fui niño”.

Adenda. No hay duda de que alguien muy poderoso o criminal pretende enlodar a muchos magistrados y exmagistrados de las altas cortes, involucrándolos sin fundamento en el carrusel de pensiones. ¿Será la misma escoria de los joseobdulios de siempre?

notasdebuhardilla@hotmail.com

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