CASI INADVERTIDO HA PASADO EL disparate en que anda empeñado Chávez, el vitalicio presidente de Venezuela, esta vez para trasladar los supuestos restos mortales de Manuelita Sáenz al lado de la tumba del Libertador Simón Bolívar, para que vivan juntos en la eternidad, lo que en la tierra no les fue posible.
Antes Chávez ambientó la tesis del crimen de Bolívar y, al igual que en el caso de Napoleón, ahora en Caracas hay unos médicos forenses hurgando los huesos del Libertador. Cuando se conozca el resultado de esa tardía autopsia chavista, con seguridad va a resultar que alguien envenenó al Libertador, y los enemigos del general Santander por fin dirán que ahora no hay duda de que él fue el autor de ese magnicidio. Ya lo intentaron en 1828, cuando el fallido atentado septembrino, el mismo Bolívar, Zea y la propia Manuelita, validos de un proceso arbitrario.
Merece Manuelita el póstumo homenaje que le montó Chávez, que empezó con un peregrinaje de sus supuestas cenizas desde Paita en el Perú, pasando por el Ecuador, para finalmente llegar a Caracas. No, esta quiteña tiene el mérito de haber sido contestataria y aguerrida en el ambiente pacato e hipócrita de la Bogotá de 1800, pero a la hora del balance de lo que fue su vida no hay nada, salvo odios, tempestades y hasta indelicadezas.
Manuelita se benefició ilícitamente de su cercanía al poder, como lo revela el magnífico libro de Pamela S. Murray, Por Bolívar y la gloria. La asombrosa vida de Manuela Sáenz. En efecto, dice la escritora americana que la Sáenz, en 1827, “ya vivía en casa propia (La Magdalena) y recibía un estipendio de quinientos pesos mensuales que le pagaba Cristóbal Armero, cónsul colombiano y agente político bolivariano” (pág. 85). Si eso hubiera ocurrido hoy, el Libertador, su querida y el mismo cónsul habrían terminado tan enredados penalmente como el Contralor de Bogotá o Germán Olano, o cualquiera de los miembros de ese tenebroso cartel de la contratación en Bogotá.
Mientras estuvo en el poder, la “loca adorable” —como la llamaba su escurridizo amante— hizo favores a la nobleza santafereña, pero también contribuyó a hacer irreconciliables las diferencias políticas. Alberto Abello, uno de los colombianos más informados sobre el tema, asegura que Manuelita llevaba un libro en el que anotó cada favor que por su recomendación hizo el Libertador a los notables de su época, que desaparecieron los favorecidos, cuando necesitaron acomodarse en los gobiernos siguientes. De eso no hay duda, ella ayudó a varios, pero persiguió y traicionó sin contemplación al que pudo, porque su verdadera profesión no fue la de amante de Bolívar, sino la de espía. Por eso despertó tanta furia, como la que invadió a Lorenzo María Lleras, quien incurrió en la mezquindad de reclamar como logro de su vida pública haber expulsado de Bogotá a la protegida de Bolívar.
La Sáenz terminó sus días oficiando de delatora, porque después de que tampoco la recibieron en su tierra natal, tuvo que exiliarse en Paita (Perú), y allí fue informante del dictador del Ecuador Juan José Flórez, proporcionándole datos de la vida y andanzas de sus críticos y opositores.
Lo exótico de la campaña chavista es que es probable que estén trasladando a Caracas unos huesos que a lo mejor ni siquiera sean los de Manuelita, de quien no se sabe si fue incinerada o sepultada anónimamente en un cementerio común en Paita. Son las paradojas de un dictador democrático que está haciendo demagogia con la historia, de paso traicionando al propio Bolívar, a quien nunca se le ocurrió hacerse acompañar de su Manuela, cuando después de su dictadura tomó el camino sin retorno del exilio.
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Adenda. ¿Tendrá algo que contar la doctora Paula Andrea Ramírez Barbosa, asesora cercana del “Absolvedor” Ordóñez Maldonado, sobre su papel en delicados asuntos que pasan por su despacho?
