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Tiene razón el periodista galo Roméo Langlois, en cuanto sostiene que el principal problema que tiene Colombia es el odio.
En su caso lo debió sentir en carne propia, pues una vez liberado, las redes sociales se llenaron de insultos y de sindicaciones viscerales contra este comunicador, que al rompe se advierte que lo único que ha hecho es vivir en este país de una actividad tan peligrosa, como lo es la de informar al mundo sobre el interminable conflicto armado.
¿Necesitamos de periodistas capaces de meterse en la boca del lobo, que informen sobre lo que nos concierne respecto de esta guerra? Por supuesto que sí, de ello no puede haber duda alguna. A nivel interno, muchos comunicadores han intentado ejercer su oficio rastreando el conflicto de muy diversas maneras y a cambio han recibido estigmatizaciones y amenazas de todo orden, hasta de altos dignatarios del Estado. Holman Morris, para no ir muy lejos, ha padecido la más feroz persecución de que se tenga noticia en los últimos tiempos, no sólo por cuenta de sus programas críticos, sino por haberse atrevido a informar muchas cosas que no conocíamos respecto de esta conflagración. Como él hay otros colegas que por estar cumpliendo sus tareas profesionales, han terminado injustamente sindicados de ser auxiliadores o simpatizantes de la guerrilla.
Lo cierto es que a pesar de los esfuerzos de periodistas nacionales por informar sobre el conflicto, ese terreno les está minado, y sus esfuerzos prácticamente han sido fallidos. Eso se traduce en que lo que la mayoría de los colombianos sabemos de esta guerra son apenas los datos que los medios reproducen de los boletines militares o del gobierno, que obviamente son parte interesada.
Precisamente para que no padezcamos el oscurantismo informativo, es buena e imprescindible la presencia en Colombia de periodistas extranjeros como Roméo, que se aproximen a los hechos con independencia y sólo con el ánimo de informar. Por fortuna, no es el único, hay muchos otros que silenciosamente y con riesgos para sus vidas están aquí ensayando a cumplir la titánica labor de hacernos testigos de lo que está ocurriendo en las selvas colombianas.
Sugerir como lo ha hecho Uribe, en otro de sus demenciales tuits, que Romeo puede tener vínculos con las Farc, más que un acto irresponsable es lo más parecido a una idiotez. Con razón el periodista francés ha anotado que el otro gran problema colombiano es la falta de memoria de las gentes, mal que en el exmandatario no tiene cura. En efecto, solamente a una mente perturbada y delirante se le puede ocurrir que Roméo esté asociado con las Farc, cuando llegó hasta el sitio donde fue secuestrado en un avión militar, y no de la mano de los terroristas. Uribe está menospreciando a los militares a quienes dice profesar admiración, porque si en verdad Roméo fuese un alfil de las Farc, tendrían que ser investigados y sancionados esos oficiales por transportar a un estafeta de los rebeldes.
Que la guerrilla utilizó políticamente el secuestro de Langlois, de ello no hay duda alguna, y así lo admitió el propio afectado, quien de bobo no tiene un pelo. Por eso resulta admirable que este periodista que estuvo en las riberas de la muerte, después de la penosa experiencia que padeció y de los miles de agravios que la ultraderecha criolla puso a circular el día de su liberación, haya declarado que regresará a Colombia, para seguir haciendo lo mismo. Claro que ojalá se acabe esta guerra, pero mientras ello no ocurra, qué bueno que los Roméo Langlois no desistan jamás de su quijotesco empeño de seguir haciendo lo de siempre: con la verdad.
Adenda No. 1. Interesante la polémica sobre la feroz campaña de los “momios” caleños del siglo XIX que quebraron al escritor Jorge Isaac, obligándolo a morir en el Tolima y a que sus restos reposaran en Antioquia. Los “momios” de hoy se lavan las manos negando las infamias de sus antepasados, pero ellos también están perpetuando su huella de atropellos.
Adenda No. 2.- Extraordinaria la serie de Caracol Televisión “Pablo, el patrón del mal”.
