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El sobreviviente

Ramiro Bejarano Guzmán

27 de febrero de 2016 - 09:00 p. m.

El general Álvaro Valencia Tovar decidió, por sí y ante sí, que el cura Camilo Torres fuera sepultado con el nombre de Mario Cáceres, en un sitio secreto que después de muchos años supuestamente reveló a un hermano exiliado del sacerdote. La razón de Valencia para haberse arrogado el derecho de saber dónde estaban los huesos del cura que dio de baja en un combate con el Eln, fue evitar que Camilo se volviera un mito.

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Si en estos tiempos un militar se apropia del cadáver de un guerrillero y lo sepulta a su antojo y mantiene ese dato en reserva, sería juzgado por violación al DIH. Pero al general Valencia, respetado y acatado por muchas generaciones de militares, no le pasó absolutamente nada, ni siquiera hubo quien le criticara esa actitud violenta e intolerante; es más, murió en aureola de héroe por haber comandado el operativo donde cayó el inexperto Camilo.

Por supuesto, por razones generacionales no traté jamás a Camilo Torres, pero tuve el privilegio de haberlo visto en la única vez que debió de haber ido a Buga en septiembre de 1965, invitado por otro cura bugueño, Ómar Torres Murgeitio, un díscolo profesor de educación religiosa del colegio donde yo estudiaba, miembro de una prestigiosa familia liberal de educadores. En aquella ocasión, fui excepcional testigo de una de las maniobras de los momios que por aquel entonces ya poblaban el Valle del Cauca. En aquella época todas las manifestaciones políticas en la ciudad señora se hacían en la plaza Cabal, pero por alguna razón la de Camilo tuvo lugar en el parque Bolívar, cercano a las inmediaciones del famoso Hotel Guadalajara, ubicado al lado del río del mismo nombre, en un barrio habitado por gentes pudientes y por el Milagroso.

Camilo llegó hacia las ocho de la noche con una guardia pequeña de admiradores a una manifestación más bien lánguida, porque se trataba de un cura rebelde que había desobedecido al temible perseguidor cardenal Concha, que era como el procurador Ordóñez de entonces, y eso en Buga, no era que gustara mucho. Muy pocos jóvenes fuimos al encuentro con Camilo, carismático, alto, de manos larguísimas, fino perfil, buen hablar, más bien orador tibio, a quien le oímos un discurso libertario en el que todavía el eje conductor era la revolución pacífica. Recuerdo su invitación a iniciar la revolución, por ejemplo, no comprando El Tiempo, y él sabía por qué lo decía. De pronto, el sitio quedó a oscuras y en silencio porque misteriosamente hubo un corte de energía eléctrica, que por supuesto estaba ordenado por el alcalde local, otro más de la godarria que manejó la ciudad por más de 30 años ininterrumpidos. Fue también la primera vez en la que tuve noticia de lo que era capaz la mano negra del momierio vallecaucano, esos plutócratas que, al igual que lo hacen hoy, podían decidir quién tenía permiso de respirar en la región.

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Se equivocó para siempre Valencia Tovar. Ocultó abusivamente el cadáver de Camilo, pero éste le ganó la guerra en la historia. “El tiempo venga las cosas que se hacen sin su concurso”, dijo con razón el procesalista uruguayo Couture. Cincuenta años después de la tragedia del crimen del cura alzado en armas, muy pocos recuerdan las audacias militares de Valencia Tovar y en cambio Camilo se hace inolvidable con el paso de los años. En efecto, por estos días muchos de quienes se ufanan de haber sido amigos de Camilo, han escrito sus personales recuerdos, y salvo la versión sincera y cálida del columnista Carlos Castillo, me temo que allí también hay mucho de la pluma al servicio de la lagartería.

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Ojalá se cumpla el gesto reconciliador del arzobispo de Cali, Darío de Jesús Monsalve, quien se empeñó en buscar los restos del inmortal sacerdote para darle cristiana e histórica sepultura, y para aliviar el peso de la brutalidad militar que lo desapareció por medio siglo, aunque no logró borrarlo de la memoria de los colombianos, donde estará sepultado para siempre.

 

Adenda: Pregunto a la CVC si en su junta directiva hay personas que son propietarias en la Laguna de Sonso. ¿Tendrá algo que ver ese detalle con los desastres que están pasando en la laguna, en las narices de la CVC?

 

 

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