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Notas de buhardilla

ESA MAÑANA LARGA...

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Ramiro Bejarano Guzmán
09 de noviembre de 2025 - 05:06 a. m.
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del 6 de noviembre de 1985, convaleciente aún de una intervención quirúrgica, a primera hora llegué a la Corte Suprema para revisar algún expediente en la secretaría de la Sección Tercera del Consejo de Estado, en el primer piso cerca de las puertas de entrada. Cuando me retiraba del Palacio vi presuroso al doctor Alfonso Reyes Echandía, quien con su voz nasal amablemente me saludó: “Hola, Bejarano”.

Salí del Palacio y me dirigí a una oficina judicial para atender una diligencia en el cerro oriental, justamente arriba del Externado, y allá nos internamos durante hora y media. Terminada esa audiencia, entré al Externado por el parqueadero de rectoría y un vigilante excitado me informó que el M-19 acababa de tomarse la Corte. Noticia grave, por supuesto, pero nada sorpresiva, porque unos días antes, en El Tiempo y en El Colombiano, se había informado sobre un plan del M-19 para apoderarse de la sede judicial. A nadie le importó esa amenaza.

Algunos creímos que ese asalto terminaría con una negociación, pero muy pronto comprendimos que eso no iba a ser posible cuando, desde el club de exalumnos externadistas, vimos la brutal e inmediata reacción al ataque terrorista, pues el Ejército se hizo presente con tanquetas que derribaron la pesada puerta del Palacio, en medio de una impresionante balacera.

Obviamente, ante semejante drama, los profesores, con el rector, nos congregamos en la Casa Externadista a esperar novedades y a divisar desde esa colina todo y a ver los helicópteros dando vueltas mientras saltaban uniformados a la azotea del Palacio. Noticias llegaban en las primeras horas del asedio porque algunos se comunicaban telefónicamente con los doctores Medellín, Reyes Echandía, Gaona, Emiro Sandoval, Medina Moyano y otros rehenes; cada quien traía su versión de lo que acontecía, que no era tranquilizador, pero al menos teníamos la esperanza de que nadie hablaba de muertos.

Desde ese medio día hasta bien entrada la noche estuvimos los docentes en ese lugar, prendidos de la radio que transmitió el angustioso y desatendido llamado de Reyes Echandía al presidente Belisario Betancur, pidiéndole que ordenara cesar el fuego. Fuimos testigos del pavoroso incendio que nos hizo temer lo peor, más cuando ya a esas alturas nadie pudo volver a comunicarse con los “prisioneros”. Regresé a mi apartamento en esa noche fría, en la que los medios fueron enmudecidos para transmitir un partido de futbol mientras morían calcinados magistrados y civiles inocentes. ¿Cómo pudo ser posible que los medios y los periodistas de entonces aceptaran apagar sus micrófonos y se dejaran silenciar del gobierno que prácticamente estaba cayéndose? Aún le deben una explicación a la historia.

Al día siguiente, otra vez temprano volvimos al Externado a oír los rumores que reproducían las emisoras. De pronto, parecieron apagarse las metralletas y las granadas y, a eso de las 2 y 30 de la tarde, los medios anunciaron que el ministro de Defensa informaba que la toma había terminado. Corrían interpretaciones dando por sobrevivientes a muchos que luego tuvimos que velar en el aula D-200 de nuestro Externado, en la que rendimos honores y el postrer adiós a nuestros colegas asesinados por el M-19 y el Ejército. Tengo presentes dos detalles:

  • el primero, al caer la tarde del 7 de noviembre, los militares con sus tanquetas desfilaron por la carrera séptima de regreso a sus cuarteles luego de que creyeron que habían salvado la democracia, y algunos transeúntes incautos aplaudían a esos “héroes” que acababan de escribir, junto con el grupo terrorista M-19, una de las páginas más vergonzosas de la historia;
  • el segundo, al día siguiente en la mañana, cuando todavía estábamos en el velorio de los nuestros, llegó al Externado un arreglo floral inmenso que enviaba el presidente Betancur, el cual recibimos con indignación. Un conocido exalumno, Felipe Pérez Cabrera, rechazó la corona fúnebre. Meses más tarde, en el primer centenario del Externado, Belisario condecoró a la Universidad y el rector aceptó la presea a través de una carta desconcertante que, cuatro décadas después no hemos podido comprender ni justificar, la cual desencadenó, con razón, la renuncia sentida del catedrático y futuro magistrado, Álvaro Orlando Pérez Pinzón, y la mortificación generalizada en la comunidad externadista.

A falta de justicia y verdad, la herida sigue abierta. Como dijo Kazantzakis, murieron muchos que no sepultamos en la tierra, sino en nuestras memorias; mientras vivamos, vivirán ellos también.

Adenda. ¿Cuándo será que el presidente Petro entenderá que ondear la bandera del M–19 divide, humilla y ofende?

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