La convocatoria nacional para un “acuerdo sobre lo fundamental” —expresión que los ignorantes atribuyen a Álvaro Gómez, cuando su autor fue Harold Linsky— es un engaño. Ni Duque, ni el Centro Democrático, ni la ultraderecha quieren conciliar nada.
Difícil entender cómo Duque propone un gran consenso y empieza por enrocar ministros y viceministros, en vez de airear la envenenada atmósfera de la “Casa de Nari”. No se quiere cambiar de libreto y por eso no se contempló la posibilidad de explorar si militantes de otros partidos estarían dispuestos a subirse al potro desbocado de este Gobierno. El problema se creció tanto que, ido Carrasquilla, continúan las protestas, así el nuevo ministro de Hacienda al menos esté poniendo la cara, cosa que el anterior dejó de hacer desde cuando Daniel Coronell le contó al país el hallazgo de los bonos de agua, con los que se hizo rico luego de su paso por la misma cartera.
Lo peor es la desinstitucionalización que ha debilitado al ya maltrecho Estado de derecho. Hay evidencia reiterada y sistemática de una policía que actúa abiertamente en contra de la población civil. No solamente han muerto algo más de 26 personas, sino que hay desaparecidos y, como en las épocas de Pinochet, ni siquiera se divulgan los nombres de los detenidos. Como era de esperar, Duque se infla hablando de los vándalos —que los hay, hasta oficiales—, pero frente al abuso policial —con el que se siente cómodo, como su patrón Uribe y su partido— lo hace tardía y tímidamente.
Estamos viviendo una agenda militarista. La ultraderecha trajo al neonazi chileno Alexis López, experto en el manejo represivo de la protesta social, para que sentara las bases de este infierno a partir de tergiversar la revolución molecular disipada. Hace unos días ultrajaron a una profesora en Cali a quien sindicaron de estar adoctrinando a sus jóvenes alumnos porque se atrevió a explicarles qué son los falsos positivos, pero cuando traen a la Universidad Militar a un reconocido enemigo de las expresiones populares para que aconseje cómo desactivarlas, eso no les parece adoctrinamiento. Es el siniestro guion del poder, sin que nadie pueda contradecirlos.
La Procuraduría anda con el embeleco de propiciar espacios de concertación, como si fuera Gobierno, cuando lo que le corresponde es vigilar y sancionar los extravíos policiales. La Fiscalía no se estremece con esa Fuerza Pública que mata a sangre fría o que, como sucedió en Buga, desde un helicóptero disparó a la población civil, sin que se sepa qué andaba haciendo ese aparato en los predios del Milagroso ni la razón de ese ataque aéreo indiscriminado a plena luz del día. Y para acabar de completar, Barbosa amenaza con extinguir el dominio de los propietarios de vehículos que participen en bloqueos, dizque porque eso es pánico económico. Quien genera miedo es un fiscal de bolsillo que ofende seriamente la democracia y que pretende expropiar automotores para prender la mecha de una conflagración difícil de apagar.
Todo esto lo está propiciando y permitiendo el Gobierno. La comunidad internacional está alarmada, porque el mandatario que creían buena persona es otro dictadorzuelo cuyo poder descansa en la arbitrariedad de las armas. No hay pesos ni contrapesos. Eso explica por qué la brusca e intolerante vicecanciller, Adriana Mejía, descalificó a la oficina de la ONU para DD. HH., solo porque no ha guardado silencio sobre los atropellos de la Fuerza Pública, los asesinatos y las desapariciones.
Cualquiera sea la razón, ningún protagonista de la protesta ha pisado la oficina de Duque. Han pasado por la casa presidencial más lagartos y lambones que personas que puedan recomponer las cosas. Un empresario amigo, que me pidió reserva, reseña que el tal encuentro con dirigentes empresariales fue un besamanos en el que muchos de ellos llegaron a respaldar incondicionalmente al régimen y a pedir mano dura, pero esos ilustres visitantes no apoyaron, por ejemplo, la derogatoria de la reforma tributaria de 2019 que tantos beneficios les ha representado.
Estamos en manos de un gobernante incompetente y soberbio, manejando un país en llamas, que cuando habla no dice nada, tampoco escucha y vive rodeado de lagartos incapaces y malintencionados que pretenden superar este estallido social en conmoción interior y a punta de bala.
Adenda. Lo que faltaba: magistrados de altas cortes sucumbiendo a los artificios de un Gobierno acosado por su desprestigio.
La convocatoria nacional para un “acuerdo sobre lo fundamental” —expresión que los ignorantes atribuyen a Álvaro Gómez, cuando su autor fue Harold Linsky— es un engaño. Ni Duque, ni el Centro Democrático, ni la ultraderecha quieren conciliar nada.
Difícil entender cómo Duque propone un gran consenso y empieza por enrocar ministros y viceministros, en vez de airear la envenenada atmósfera de la “Casa de Nari”. No se quiere cambiar de libreto y por eso no se contempló la posibilidad de explorar si militantes de otros partidos estarían dispuestos a subirse al potro desbocado de este Gobierno. El problema se creció tanto que, ido Carrasquilla, continúan las protestas, así el nuevo ministro de Hacienda al menos esté poniendo la cara, cosa que el anterior dejó de hacer desde cuando Daniel Coronell le contó al país el hallazgo de los bonos de agua, con los que se hizo rico luego de su paso por la misma cartera.
Lo peor es la desinstitucionalización que ha debilitado al ya maltrecho Estado de derecho. Hay evidencia reiterada y sistemática de una policía que actúa abiertamente en contra de la población civil. No solamente han muerto algo más de 26 personas, sino que hay desaparecidos y, como en las épocas de Pinochet, ni siquiera se divulgan los nombres de los detenidos. Como era de esperar, Duque se infla hablando de los vándalos —que los hay, hasta oficiales—, pero frente al abuso policial —con el que se siente cómodo, como su patrón Uribe y su partido— lo hace tardía y tímidamente.
Estamos viviendo una agenda militarista. La ultraderecha trajo al neonazi chileno Alexis López, experto en el manejo represivo de la protesta social, para que sentara las bases de este infierno a partir de tergiversar la revolución molecular disipada. Hace unos días ultrajaron a una profesora en Cali a quien sindicaron de estar adoctrinando a sus jóvenes alumnos porque se atrevió a explicarles qué son los falsos positivos, pero cuando traen a la Universidad Militar a un reconocido enemigo de las expresiones populares para que aconseje cómo desactivarlas, eso no les parece adoctrinamiento. Es el siniestro guion del poder, sin que nadie pueda contradecirlos.
La Procuraduría anda con el embeleco de propiciar espacios de concertación, como si fuera Gobierno, cuando lo que le corresponde es vigilar y sancionar los extravíos policiales. La Fiscalía no se estremece con esa Fuerza Pública que mata a sangre fría o que, como sucedió en Buga, desde un helicóptero disparó a la población civil, sin que se sepa qué andaba haciendo ese aparato en los predios del Milagroso ni la razón de ese ataque aéreo indiscriminado a plena luz del día. Y para acabar de completar, Barbosa amenaza con extinguir el dominio de los propietarios de vehículos que participen en bloqueos, dizque porque eso es pánico económico. Quien genera miedo es un fiscal de bolsillo que ofende seriamente la democracia y que pretende expropiar automotores para prender la mecha de una conflagración difícil de apagar.
Todo esto lo está propiciando y permitiendo el Gobierno. La comunidad internacional está alarmada, porque el mandatario que creían buena persona es otro dictadorzuelo cuyo poder descansa en la arbitrariedad de las armas. No hay pesos ni contrapesos. Eso explica por qué la brusca e intolerante vicecanciller, Adriana Mejía, descalificó a la oficina de la ONU para DD. HH., solo porque no ha guardado silencio sobre los atropellos de la Fuerza Pública, los asesinatos y las desapariciones.
Cualquiera sea la razón, ningún protagonista de la protesta ha pisado la oficina de Duque. Han pasado por la casa presidencial más lagartos y lambones que personas que puedan recomponer las cosas. Un empresario amigo, que me pidió reserva, reseña que el tal encuentro con dirigentes empresariales fue un besamanos en el que muchos de ellos llegaron a respaldar incondicionalmente al régimen y a pedir mano dura, pero esos ilustres visitantes no apoyaron, por ejemplo, la derogatoria de la reforma tributaria de 2019 que tantos beneficios les ha representado.
Estamos en manos de un gobernante incompetente y soberbio, manejando un país en llamas, que cuando habla no dice nada, tampoco escucha y vive rodeado de lagartos incapaces y malintencionados que pretenden superar este estallido social en conmoción interior y a punta de bala.
Adenda. Lo que faltaba: magistrados de altas cortes sucumbiendo a los artificios de un Gobierno acosado por su desprestigio.