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Me resulta grata la serie de Caracol Televisión sobre Helenita Vargas, no sólo porque la conocí y compartí con ella un par de encuentros sociales, sino porque como vallecaucano raizal todo lo que está pasando en esa exitosa telenovela me cautiva, desde el libreto mismo y el trato de vos, al que no renunciamos quienes nacimos en ese valle bañado por el Cauca, hasta la emotiva circunstancia de que fue filmada en Buga, por lo cual los bugueños voluntariamente expatriados disfrutamos del placer de recorrer las calles de nuestra ya lejana adolescencia.
¿Qué tendrá esta serie para que los colombianos la vean todas las noches y en las reuniones sociales se ocupen de las vicisitudes, ciertas o ficticias, con las que se ha recreado la vida de la Ronca de Oro?
Se me ocurre que además de haber rescatado a una figura muy apreciada por el pueblo, interpretada ahora por la magnífica y sensual actriz Majida Issa y antes por Ana María Estupiñán, el acierto de la telenovela radica en revelar muchas verdades del Cali de su tiempo y de sus excluyentes élites de los años 50 que no son muy distintas a las de hoy.
Los primeros años de la vida difícil de Helenita, real o inventada, transcurrieron cuando el país era decididamente machista y el reino útil de las mujeres consistía en casarse y criar. Muy pocas se atrevieron a desafiar su entorno, menos en Cali, o que me muestren una sola cantante de los encumbrados clubes o del momierio caleños que hoy interprete canciones tan populares como María de los guardias, la que perdió “la inocencia por las infidencias del teniente Cosme”, fue “medio novia del sargento Guido” y perdió su primer marido en un enfrentamiento con un “hombre arrecho llamado Sabino”, para sólo recordar una de las miles interpretaciones que el público memorizó para siempre.
En efecto, más que describir a la sufrida Helenita, casada en primeras nupcias con un político teniente del desaparecido y temido grupo liberal holmista, que la maltrataba, lo que queda en la retina del televidente es el prototipo de un hombre infiel y patán de esa época. Y también la serie descubre aquellos días aciagos cuando la iglesia auspiciaba desde los púlpitos la violencia conservadora y predicaba la intolerancia en nombre de la religión católica, apostólica y romana. Eso explica que suene verosímil que Helenita hubiese sido condenada por bígama, sanción impensable en nuestros tiempos, y que su hija Pilar hubiese sido expulsada del colegio porque a sus directores les parecía insoportable que su mamá cantara rancheras y no viviera con su legítimo esposo sino con otro cónyuge. Eran los días de un país sin acción de tutela. Y se ve también creíble la dureza de Ana Julia, la madre arbitraria, interpretada magistralmente por la experimentada Laura García, representando una matrona empeñada en sostener un matrimonio destrozado y en martirizar a sus hijos para cumplirle a la mojigatería y al qué dirán. Y señal de ese machismo lo es la figura del hermano de Helenita, la clásica oveja negra de familias relativamente pudientes que jamás estudió, bueno para nada, oportunista, vividor, disipador, avivato e irresponsable, al que la mamita consiente y tolera todo sólo por ser el hombre de la casa.
Estelares también las actuaciones de los actores que interpretan al “maridazo” Germán Hincapié y el buenazo segundo cónyuge de la cantante, este último un médico de la apreciada y destacada estirpe de los Zafra, que por estos días padece una “tusa” monumental porque su mujer se enteró que mientras ella andaba de gira él se revolcaba con la buscona enfermera de su suegra. Ojalá y por la paz de los televidentes, le perdonen el infortunado desliz a Álvaro José, porque peores cosas hizo Hincapié y fue absuelto más de una vez.
La serie de Helenita no es un retrato farandulero, sino el afortunado testimonio de una época que era preciso divulgarla para que no se olvide el daño del oscurantismo.
Adenda. Daniel Samper Pizano con su voluntaria jubilación ha escrito la mejor de sus páginas. Ha dado ejemplo de dignidad, coherencia y honestidad. Lástima no volver a leer las columnas de este periodista ilustrado e insobornable.
