Hace mucho tiempo no se publicaba un libro tan bien documentado, agudo y necesario como El presidente que no fue. La historia silenciada de Gabriel Turbay, de la escritora Olga L. González.
Del periplo de Gabriel Turbay poco se conocía hasta que las pesquisas ilustradas de esta autora hicieron justicia a su nombre, sus ejecutorias y desnudaron a la clase política, liberal y conservadora, célebre en aquellos días. Las nuevas generaciones tienen la precaria información de que en 1946 el caudillo Gaitán se le había atravesado en su aspiración presidencial a Turbay con el grito infamante de “turco no”, y que este, ya derrotado, se había auto exiliado en París donde murió, sin que se sepa si por causas naturales o por su propia decisión.
Gabriel Turbay fue un repúblico ejemplar, de origen discreto, médico, oriundo de Santander pero de padres libaneses, estudioso, que a muy temprana edad se interesó por la política y escaló los mal altos peldaños en la república liberal. Con 32 años fue ministro de Gobierno de Enrique Olaya y más tarde canciller de Alfonso López Pumarejo, aunque este último incurrió en el desacierto imperdonable de no haberlo acompañado como candidato del Partido Liberal por circunstancias que quedan claras en el libro de González, las cuales se fueron olvidando porque nadie se atrevía a comentarlas.
Luego de muchos años de investigación y consultas en todos los medios, González reconstruye la época de oro de Turbay sin llegar a convertir su texto en su biografía. A quienes aún tengan dudas sobre lo perverso que fue el conservatismo y su jefe Laureano Gómez, a quien con razón llamaron el “monstruo”, les conviene aproximarse a este importante trabajo que estaba haciendo falta en la bibliografía de la historia patria.
Lo del laureanismo a ultranza se conocía desde los tiempos de Marco Fidel Suárez, pero lo que la oligarquía liberal y los conciliábulos bogotanos habían logrado hasta hoy era manejar en secreto la conjura contra Turbay. Esa historia deja muy mal parados a Jorge Eliécer Gaitán, Alfonso López Pumarejo, Eduardo Santos, Alberto Lleras Camargo y a toda esa constelación de hombres ilustres que brillaron como demócratas y salvadores de su momento. No le perdonaron a Turbay su franqueza y prefirieron hacer presidente al candidato conservador Mariano Ospina Pérez. Colosal error que aún hoy influye negativamente en la patria del Sagrado Corazón.
A pesar de haberle prestado importantes servicios a la nación y al partido que lo había ungido como su candidato para las elecciones presidenciales de 1946, a Turbay lo traicionaron los jerarcas liberales seguramente molestos con él porque siendo Canciller de López les debió expresar su inconformidad por los escándalos relacionados con la venta de las acciones de la Handel y otros asuntos no menos ruidosos agenciados por la feroz oposición conservadora y de algunos liberales.
El peor librado Gaitán, quien, consentido y aliado con los godos, finalmente contribuyó a sacar al liberalismo del poder, con las nefastas consecuencias que significaron los gobiernos de la violencia política ejercida desde la Casa de Nariño vestida de azul de metileno y defendida por policías y militares conservadores.
Hay quienes en la picaresca de los corrillos bogotanos le atribuyen el exilio de Turbay en París al perder las elecciones a una supuesta aventura amorosa con una distinguida y principal señora, de la que sottovoce todavía murmuran las élites criollas como la causa de su desgracia electoral. Lo cierto es que ese gran hombre que el país empieza a descubrir murió solo, desterrado y derrotado.
Otra hubiera sido la suerte y el rumbo de Colombia si esa dirigencia liberal, en vez de conspirar contra su propia colectividad, hubiera dejado llegar a Turbay al destino que sus méritos le tenían reservado. Nos habríamos ahorrado dictadores civiles como Ospina, Laureano, el Sordo Urdaneta, el tirano militar de Rojas Pinilla y el régimen de impunidad del Frente Nacional, entre otros males irreparables.
El libro de Olga L. González es, sin duda, un incunable prematuro que deben leer viejos y jóvenes para que ese episodio lleno de felonías de 1946 no vuelva a oscurecernos el futuro.
Adenda No 1. Aventura peligrosa compartir inteligencia con autoridades venezolanas.
Adenda No 2. Hija de César Gaviria, candidata liberal al Senado. Más democracia hereditaria.