Notas de buhardilla

Injusticia atroz

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Ramiro Bejarano Guzmán
19 de abril de 2020 - 05:00 a. m.
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Impresionante y peligrosa la transformación del fiscal Barbosa, a quien se le siente ebrio de poder y dueño de una suficiencia que no se le conocía. Con muy pocos días en el cargo, ya mostró que su personaje preferido es él mismo y que ese endiosamiento amenaza en convertírsele en tragedia.

Ninguna necesidad tenía Barbosa de autoadularse como profesor, historiador y como el más docto de todos los doctores de su edad, como lo hizo en Caracol Televisión. Eso ya lo empezaron a hacer muy complacidos quienes ponderan el talento, arrojo y sabiduría del alto funcionario, quien haría bien en no olvidar que todos los amigos que hoy le llueven son falsos, pero que, en cambio, todos los enemigos son verdaderos y para siempre.

Por supuesto, la excesiva vanidad no es lo importante, ni tampoco que Barbosa suela referirse reiteradamente a él mismo en tercera persona, con la rimbombante muletilla de fiscal general de la Nación. El boato del poder hace estragos y también el ridículo.

Lo que es peligroso, y lamentablemente quedó demostrado, es que en ese afán de sentirse infalible y providencial, Barbosa está perfilándose como un funcionario ligero que facilmente cae en la arbitrariedad. Cierto es que es fácil equivocarse manejando asuntos tan sensibles como los que pasan por su escritorio, pero la precipitación es mala consejera y traicionera.

El caso del embajador Fernando Sanclemente fue utilizado de manera tan equivocada como imprudente. Barbosa asumió como tarea la de crucificarlo primero en una entrevista en El Tiempo y más tarde en RCN, soltando la primicia de que el diplomático tenía que responder por el hallazgo de un laboratorio de cocaína en la finca de su familia y que, por tanto, lo vincularía a una investigación penal. Tumbó a Sanclemente, porque el Gobierno no se iba dar la pela sosteniéndolo.

Las evidencias que motivaron a vincular a Sanclemente a una instrucción penal se ven muy frágiles. En efecto, el sitio de la finca donde operó el malhadado laboratorio era de reciente construcción y además localizado en zona boscosa y apartada no frecuentada por sus propietarios. Es precario el alegato del fiscal según el cual es imposible que Sanclemente no hubiere advertido la presencia de grandes camiones ni los olores de los productos químicos. Y no es contundente, porque allá apenas circulan furgonetas y porque el olor de los productos químicos en el campo puede obedecer a fumigaciones, pero, sobre todo, por la sencilla razón de que Sanclemente estaba en Montevideo.

Barbosa condenó a un hombre joven y probo sin haber sido oído ni vencido en juicio, y esta injusticia mayúscula le pesará por el resto de su período y también por la vida entera. El fiscal, que con tanta rapidez acusó a quien no debía, sin embargo no se tomó el trabajo de haber detenido al mayodormo de la hacienda cuando concurrió al bunker para rendir declaración en la que exoneró a la familia Sanclemente. Lo dejó ir y hasta el sol de hoy. Para unas cosas muy veloz, pero para otras dolorosa y sospechosamente lerdo.

No se puede ir enlodando a las personas valido del inmenso poder que detenta un fiscal. Una sugerencia suya se convierte en estigma social de difícil superación. Barbosa anda más preocupado de cómo lo registren ahora los medios y no la historia. A Sanclemente le espera la zozobra de comparecer a una de las Fiscalías Delegadas ante la Corte, cuyo coordinador es el tenebroso y perverso Gabriel Ramón Jaimes Durán, de quien los cercanos al mismo Barbosa ya comentan que llegó al ente acusador por sugerencia de una universidad de ultraderecha, dizque para que esclarezca el crimen de Álvaro Gómez, que tampoco pudo dilucidar siendo amanuense de Alejandro Ordóñez. Sanclemente va necesitar mucha suerte.

Fernando Sanclemente fue mi alumno en el Externado y conozco a su familia de toda la vida, porque además de que es nieto del mariscal Alzate Avendaño sus raíces familiares tienen asiento en Buga, mi tierra y la de mis mayores. Eso, por supuesto, no lo exonera, pero sí me permite asegurar con convicción que es un ciudadano decente que ha sido víctima de un delito, no victimario, y que tenía derecho a no ser maltratado por la institucionalidad a la que él y su estirpe tanto han contribuido.

Adenda. Qué curioso que el uribismo esté a gusto con el Congreso virtual, que ni legisla ni ejerce el control politico.

notasdebuhardilla@hotmail.com

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