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El martes en la noche la campaña del candidato republicano Donald Trump emitió un comunicado en el que criticaba la posición de su contrincante demócrata, Hillary Clinton, ante el tratado del NAFTA y se refería a Columbia en lugar de Colombia.
Tal equivocación invita a reflexionar sobre el futuro de las importantísimas relaciones bilaterales entre Colombia y los Estados Unidos.
Y no es cosa menor, pues, de llegar el controvertido neoyorquino a la Presidencia más importante del mundo, lo primero que estaría en riesgo para nosotros es el proceso de paz, pues los esfuerzos por concretarla no radican en cabeza de una sola persona, ni siquiera en la del presidente Juan Manuel Santos. Lo cierto es que sin el apoyo norteamericano los diálogos Farc-Gobierno no hubiesen tomado forma.
No sólo dependemos del respaldo político de los gringos, especialmente en términos del apoyo regional y global al proceso, sino que su renuncia a las extradiciones de los jefes de las Farc tendrá alta significación. Es posible que sin esa esperanza el grupo armado jamás hubiese accedido a ninguna conversación. Aunque en su cautelosa diplomacia los americanos no han afirmado pública y categóricamente que no extraditarán a Timochenko y su entorno, es claro que ello constituye piedra angular de lo que hasta ahora se ha acordado.
¿Qué pasaría con esa situación de convertirse Trump en el presidente número 45 de los Estados Unidos? ¿Seguiría contemplando la posibilidad de renunciar a esas persecuciones penales en aras de conseguir aquí la paz? Tal vez sí, pero el tal vez no tiene efectos devastadores. En su nacionalismo recalcitrante y sus ganas de mostrar al mundo que es el más malo del salón, parecería que Trump no tendría ningún problema en extraditar a toda la cúpula guerrillera para que pagara sus crímenes de narcotráfico en suelo americano.
Eso, por supuesto, sin contar todas las otras versiones de ayuda que recibimos de los Estados Unidos, y la incontable cantidad de políticas públicas que para nosotros dependen del apoyo técnico y económico de los gringos.
El pueblo estadounidense tiene el derecho soberano de elegir el mandatario que mejor le parezca, pero eso no nos puede resultar indiferente.
Aún está por verse quién se llevará el premio en noviembre. Las encuestas recientes sitúan a Trump en la punta de la carrera, situación que también atribuyen a la reciente convención republicana en la que recibió la nominación oficialmente. Hillary Clinton ha realizado un esfuerzo mucho más notorio por recaudar recursos que apalanquen su campaña, hecho que allá tiene mucho valor. Ella ya ha hizo historia y cuenta con los méritos suficientes para convertirse en la primera presidenta. No en vano Obama sentenció que ella es la persona más calificada que haya aspirado a tan alto cargo. No obstante, de creerle al irreverente y talentoso documentalista Michael Moore, hay varias razones que hacen suponer que el ganador podría ser Trump, a pesar de sus diatribas y afirmaciones cada vez más agresivas y en ocasiones inexplicables. Todo puede pasar y ello genera una expectativa preocupante para Colombia.
Nuestro gobierno, la Cancillería y los aspirantes a la Presidencia de la República deberían estar abordando desde ya este asunto que, aunque algunos lo vean distante, siempre es urgente. Nada más ni nada menos porque tiene que ver con la paz que por fin empezamos a acariciar.
Tal vez en la “Columbia” de Trump no hay espacio ni necesidad para la paz, especialmente porque de México para abajo, al parecer para el magnate, somos todos lo mismo. Hace años surgió una organización social que clamaba “It’s Colombia not Columbia”, y por esa vía pretendían cambiar la pobre opinión sobre nuestro país en el mundo. Lamentablemente, y de ganar Trump, we’ll be Columbia all over again.
Adenda. Nunca, ni siquiera en tiempos de paz, los militares y policías deben tener la posibilidad de votar. Quienes detentan las armas legítimas del Estado gozan de un privilegio inmenso, que a cambio les impone entre otros sacrificios el de no elegir ni ser elegidos.
notasdebuhardilla@hotmail.com
