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PEOR QUE LA INJUSTICIA QUE SE PROdiga por cuenta de la corrupción y los favoritismos, es la justicia espectáculo o con agenda política, como la que viene ejecutando el “Absolvedor” Ordóñez, quien se montó en la ola de perseguir a quienes están señalados de pertenecer al “cartel de la contratación”, para desde ese pedestal purgar los prevaricatos con los que absuelve a sus protegidos y aliados políticos, o para hacerse el de la vista gorda con otros igualmente amigos.
Lo que está claro es que el procurador está cumpliéndole a su personal aspiración política, bien para quedarse en el cargo, como lo viene promoviendo soterrada e ilegalmente, o para que si tuviera que irse de la Procuraduría, hacer méritos para comandar los restos del laureanismo al que tanto culto le rinde.
Mientras el procurador persigue con saña, ignora voces críticas de juristas tan respetables como Yesid Reyes o Rodolfo Arango, quienes desde estas páginas con razones discutibles y respetables, cuestionan la competencia de la Procuraduría para sancionar disciplinariamente por delitos a quienes ha sancionado recientemente, porque se viola el principio constitucional de que nadie puede ser juzgado y condenado dos veces por los mismos hechos. Eso sin contar que ahora le dio por echarles una manito a los Nule, convirtiéndolos en víctimas, con lo cual les ha abierto las puertas de la impunidad. En efecto, Ordóñez persigue y sanciona el “cartel de la contratación bogotana”, pero no se ha atrevido con el “cartel de la contratación nacional”, donde los Nule hicieron su fortuna, casi siempre de la mano del gobierno de Uribe.
El procurador no ha abierto su boca para indagar siquiera a Angelino Garzón, por los cargos graves que esta semana se conocieron sobre la avalancha de nombramientos de sus amigos en la Comisión Nacional de Reparación, o por su estrategia indebida para apoderarse de la nómina del departamento del Valle, donde utilizó sus influencias para hacer nombrar desde el indelicado y badulaque gobernador Lourido —deudor multimillonario de Emcali y violador de la moralidad administrativa, hoy al parecer protegido por la Contraloría General de la República—, hasta la totalidad del gabinete departamental. Angelino está haciendo política clientelista, no sólo por delegarle funciones públicas a su esposa, al parecer con el beneplácito y la complacencia del presidente Santos, pero semejante cosa tan delicada no es con el procurador, a lo mejor porque no ha olvidado que durmió en casa de su investigado en Ginebra, Suiza. Si Ordóñez no olvida para perseguir menos para absolver, como lo demostró esta semana el subalterno suyo al pedir la absolución en la Corte de Gómez Gallo, su amigote, que fuera capturado precisamente en las puertas de la propia residencia del hoy procurador, cuando en compañía de Carlos Holguín montaban la estrategia para hacerse al control de la Procuraduría.
Ordóñez se hizo el loco también con la denuncia de la revista Semana, que también lo compromete en el carrusel de las pensiones y jubilaciones dispensadas por la Procuraduría a sus consentidos. Allá se está nombrando a parientes y cercanos de magistrados y senadores, para garantizar la reelección del procurador. Todos lo saben y nadie se atreve a quejarse, ni siquiera el Congreso, donde están intimidados todos, porque le temen al poder de un procurador arbitrario que a través de un proceso disciplinario de dudosa factura legal, puede alterar la voluntad popular despojando de sus investiduras a críticos y opositores.
Y como para que no quede duda de que la justicia en manos de quienes no saben lo que administran es una herejía, un oscuro y pretencioso parlamentario antioqueño de la entraña del Ubérrimo, Augusto Posada, miembro de la Comisión de Acusación, les cumple a los odios de sus socios políticos, promoviendo investigaciones contra magistrados, sin mover un dedo para que de oficio se investigue a su cuestionado patrón Uribe, por acusaciones igualmente graves.
Adenda. ¿Agentes encubiertos infiltrados en la administración pública combatiendo la corrupción? Pésima y peligrosa solución. Primero el paramilitarismo, luego la parapolítica, y ahora el “paragobierno”.
