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La alegría de leer

Ramiro Bejarano Guzmán

01 de enero de 2016 - 10:05 p. m.

Por estos días de obligada quietud me dí a la tarea de leer el voluminoso libro de Juan Gabriel Vásquez, La forma de las ruinas, que ha merecido elogios pero también críticas.

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Desde siempre leo todo lo que escribe este bogotano, más ahora que tiende a desempolvar episodios de nuestra confusa historia patria, como el del juicio a Carvajal y Galarza, los asesinos del general Rafael Uribe Uribe, en el que quedaron a salvo encumbrados personajes de entonces, entre otros, la comunidad jesuita, quienes no fueron tocados por ser ellos quienes eran. Si bien la pluma audaz de Vásquez, bajo la calculada advertencia de que esta es una obra de ficción y que cada quien debe tomar sus propias conclusiones, en todo caso deja al descubierto un siniestro suceso judicial, que seguramente obligará, al menos a los jesuitas, a dar explicaciones y a refutar esta nueva novela.

El libro de Vásquez es severamente extenso, porque el escritor decidió relatar muchos detalles íntimos, tantos que el propio Vargas Llosa lo ponderó como una autobiografía, cuando es evidente que no lo es. Cierto es que Vásquez se esmera en identificar cómo se hizo escritor y conocido a tan temprana edad y sus innumerables contactos con otros escritores o fundaciones literarias del planeta, pero eso son apenas pinceladas de lo que debe haber sido su vida. Es probable que entre los demonios que estén rondando por la imaginación de Vásquez, esté el de entregarnos en unos años un mamotreto o varios volúmenes sobre su propio periplo, pero esto de ahora no alcanza esa categoría. Habrá que oírle la explicación sobre por qué consideró literariamente apropiado incluir en esta novela, que en últimas trata más del crimen de Uribe Uribe que del propio Gaitán o Kennedy, tanto recoveco del nacimiento de sus hijas gemelas, o el recuerdo de un señor Herrera que debió ser su compañero en el Rosario, o las remembranzas de sus ancestros laureanistas, más otros detalles estrictamente personales y ajenos al tema.

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Vásquez es abogado, aunque intente disimularlo, hijo además de Alfredo, un reputado y apreciado colega citado entre los asesores de esta novela, y debe ser por eso que su último trabajo tiene el sello de un despacho de litigantes investigadores. El hallazgo de que el joven abogado Marco Tulio Anzola, uno de los principales protagonistas de su novelada historia, ingresó por Isla Ellis a los Estados Unidos en 1918, donde se perdió su rastro existencial, es un dato inteligentemente tratado que sin embargo no es del todo concluyente. Es probable que ya Vásquez esté empezando a trabajar otra obra para cuando sepa finalmente cómo vivió y murió Anzola en los Estados Unidos o si volvió a Colombia, y qué pasó con sus accidentadas relaciones con la desleal parentela del caudillo Uribe Uribe.

No ha de faltar quien crea que en La forma de las ruinas sobraban las primeras 245 páginas, porque en ellas el lector transita largamente buscando la trama verdadera de la novela, y de alguna manera así lo admite Vásquez cuando confiesa “sentir la pequeñez de mis recursos de narrador ante el desorden de lo ocurrido tantos años atrás”. Y lo que siente el escritor lo padecemos los lectores.

A lo mejor este nuevo trabajo de Vásquez tenga más eco histórico que literario, pues está llamado a generar una gran discusión política y judicial que ojalá no eludan quienes tienen la responsabilidad de enfrentarla.

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Y disfruté también en estos días el último libro de la brasilera Nélida Piñón, La camisa del marido” quien en 159 páginas de letra agradable, entrega nueve cuentos de recuerdos y escenas familiares, escritos impecablemente, además con pasajes de impresionante belleza y melancolía. Sin duda todos los cuentos de este pequeño texto consagran a la conocida escribidora, pero para mi gusto los más sensibles y tiernos son El tren y En busca de Eugenia.

Adenda. Pobre Valle del Cauca. Están por iniciarse cuatro años de inestabilidad en el departamento y en ciudades importantes como mi natal Buga, todo por cuenta de la corruptela política. Ya lo verán. Y eso sin contar con la incertidumbre de Cali, gobernada por otro momio impredecible que cambia de partido como de camisa.

notasdebuhardilla@hotmail.com

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