Muchos son los libros que por estas épocas de descanso pasan por las manos de los colombianos, pues el oficio de escribir hay que combinarlo hoy con las oportunidades comerciales de salir al mercado cuando los lectores están con tiempo y dispuestos a consumir literatura, historia, etc.
Las librerías han traído publicaciones tan valiosas como la cuarta edición de Aspectos políticos del primer gobierno de Alfonso López Pumarejo 1934 – 1938, del profesor Álvaro Tirado Mejía, sin duda una obra deliciosa de revisar para quien la haya leído y de obligada lectura para quien no la conozca. En estos tiempos del partido Liberal de César Gaviria, cuando para ser liberal no importa la ideología ni la historia sino estar carnetizado, a sus parlamentarios les conviene enterarse de cómo los liberales descarnetizados de ese trascendental cuatrienio de la Revolución en Marcha debatían sobre la educación laica, el papel de la mujer en la universidad, o cómo discutían sobre el divorcio enfrentados a la esposa del presidente López Pumarejo, y muchos otros temas del ideario liberal.
También en estas vacaciones las estanterías de los libreros ofrecieron la última novela de Piedad Bonnett, Donde nadie me espere, y el reciente trabajo de cuentos de Juan Gabriel Vásquez, Canciones para el incendio. De nuevo aciertan estos dos escritores colombianos que nos han hecho muy grata la vida con sus esfuerzos literarios.
Hay también densos textos, como el de Alan Knight: La revolución mexicana, un trabajo que ha sobrevivido por más de 30 años, que no inicia el relato a partir de 1910, como lo hacen todos los historiadores, sino que empieza analizando el extendido gobierno de Porfirio Díaz, lo que da un excelente contexto.
Y llegó también Mi historia, de la exprimera dama de los Estados Unidos, Michelle Obama, que es realmente un libro que tiene ganado su éxito mundial. Las publicaciones autobiográficas suelen ser testimonios que, a medida que avanzan los años, pierden importancia, principalmente porque es difícil que sus autores no sucumban a la tentación de escribir más para la vanidad personal que para deleite de los cultores de la historia. Entre nosotros los ejemplos abundan, unos muy recientes. El libro de Michelle Obama está a salvo de esa debilidad, porque escribió para su tiempo y en particular para las mujeres de todo el planeta, pero también para la posteridad.
La historia de Michelle es una magnífica aproximación a su vida personal y a sus éxitos como estudiante destacada en Princeton y Harvard, abogada brillante y trabajadora incansable. Además es un relato sentido, pero agradable, de la experiencia que ejecutó con dignidad desde la Casa Blanca, a sabiendas de que “no hay manual para nuevas primeras damas de Estados Unidos”, y que su esposo y ella eran los primeros inquilinos de color en esa mansión. No se anduvo con eufemismos, pues dijo no estar interesada en ejercer cargos públicos y de frente mostró su desagrado con Trump a quien no solo calificó de misógino, sino que no le ha perdonado haber puesto en duda la nacionalidad americana de su marido.
Las primeras damas —y también los primeros señores— que hoy ofician como tales deben saber que, después de Michelle Obama, ya no es el tiempo de los chismes y la frivolidad. Deberían seguir el ejemplo y preparar libros serios, sobre todo aquellas que creen que su papel es sumarse y aplaudir los gobiernos siguientes, no importa sus tendencias ni quiénes los presidan. Es la hora de dejar huellas perdurables en la historia a la cual se asoman de la mano de sus cónyuges.
Adenda No 1. Le corresponde a la Corte Constitucional tumbar el inconstitucional y leonino artículo 20 de la Ley 1882 de 2018, que premia a los contratistas tramposos y sobornadores para que, con efectos retroactivos, cuando se anule un contrato que desarrolle proyectos de asociación público privada, en su liquidación les reconozcan el valor actualizado de costos, inversiones y gastos, ejecutados por el contratista, incluyendo intereses. Y que se investigue cómo fue que el Congreso y el gobierno anteriores se prestaron para este “favor”.
Adenda No 2. Como en los regímenes totalitarios, ahora Duque y su séquito pretenden acomodar la historia patria a sus falacias. Igual que Hugo Chávez con el supuesto envenamiento de Bolívar por la oligarquía bogotana.
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