Al buen arzobispo de cali, Darío de Jesús Monsalve, le han llovido insultos por haber dicho lo que no dijo, acerca de que los padres de familia son responsables de que sus hijos menores sean asaltados por curas pedófilos, por no cuidarlos bien. Quien soltó ese argumento fue un abogado litigante que representa la Arquidiócesis en un pleito que se ha iniciado contra un excura que violó dos menores y fue condenado penalmente.
Por supuesto que la dialéctica del abogado de marras es inadmisible, tanto más si se pretende sustentar en normas del Código Civil, pues éstas en ningún caso fueron diseñadas para hacer responsables a los padres de los abusos sexuales a los que sean sometidos sus hijos menores, sino para obligarlos a que ejerzan cabalmente las obligaciones y derechos inherentes a la patria potestad. En ese argumento nada tuvo que ver el arzobispo Monsalve, quien lo que ha expresado es su resistencia a pagarle como indemnización al abogado que representa las víctimas del excura pedófilo la no despreciable suma de $9.000 millones. Obvio que las víctimas tienen derecho a una reparación integral y a que la iglesia les pida perdón, pero de allí a que puedan meterse en el bolsillo $9.000 millones hay mucho trecho, y por eso es legítimo que Monsalve exprese su desacuerdo.
Pero el momierio caleño, siempre oportunista, traidor y mezquino, ha salido a crucificar al arzobispo Monsalve, cuando en verdad lo que le están cobrando es su sentido de la responsabilidad social, y el haber apoyado los procesos de paz con las Farc y con el Eln.
Esos mismos columnistas al servicio del notablato caleño que hoy piden la renuncia y prácticamente la hoguera para Monsalve, no dijeron ni mu cuando el anterior arzobispo de Cali, monseñor Juan Francisco Sarasty, enfrentó escándalos similares por cuenta de varios curas bajo su mando que andaban hurgándole los genitales a impúberes indefensos. En aquellos días pasaron cosas vergonzosas y peores para la iglesia católica de la capital del Valle del Cauca, algunas de las cuales denuncié y comenté desde esta columna, pero nadie en los altos círculos de la excluyente sociedad caleña alzó su voz para censurar la permisividad del arzobispo Sarasty con la pederastia sacerdotal.
La ecuación es muy sencilla. Los momios caleños se sentían muy cómodos con Sarasty porque él no andaba entre líderes sociales o gentes pobres, sino impartiendo bendiciones a los mandamases. ¿Dónde estaban durante el reinado de Sarasty, que no dijeron todo lo que hoy le han enrostrado a Monsalve, un hombre bueno y decente que ejerce su sacerdocio sin exclusiones ni favoritismos? Mientras Sarasty se lavaba las manos, en las épocas del proceso de paz en el Caguán cuatro barones supuestamente ilustres de Cali visitaron a Simón Trinidad para pedirle que no secuestrara empresarios sino políticos, así ocurrió y nadie protestó. Tampoco se molestaron cuando la empresa editorial Norma, del poderoso grupo Carvajal, entonces liderado por el intocable cacique de los momios, Alfredo Carvajal, publicó la única biografía autorizada del otrora “héroe” Salvatore Mancuso.
A Monsalve lo amenazaron de muerte y no hubo quien se diera por aludido, pero él con dignidad y hombría rechazó ser escoltado a pesar de la amenaza. La senadora caleña por el Centro Democrático, Susana Correa, contertulia del exsenador Juan Carlos Martínez, tildó de cura guerrillero a Monsalve. Y tampoco las élites locales se estremecieron, claro, porque quien vociferaba era una de la cohorte de privilegiados, a la que Sarasty sirvió con obsecuencia. Todos acuden al mismo lenguaje denigrante para descalificar a Monsalve quien por primera vez decidió hablarles a todos como un pastor conductor de almas, y no como un agente adorador de la falsa prosapia de quienes creen que todo les es dable por la gracia de Dios y por ser ellos quienes son.
Adenda. “La Restauración de la Nueva Granada (1815-1819)” del profesor Daniel Gutiérrez Ardilla y “El Conflicto de Leticia (1932-1933) y los Ejércitos de Perú y Colombia”, del profesor Carlos Camacho Arango, libros publicados por el Externado de Colombia, son dos valiosos aportes a la historia de dos jóvenes historiadores que ya brillan.
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