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Raro que María Corina Machado, en la conmovedora ceremonia en la que su hija recibió en su nombre el premio Nobel de Paz, solo se hubiere dejado ver en compañía de dos colombianos no propiamente ilustres: el perseguidor ex subpresidente Duque y la tediosa cotorra Marta Lucía Ramírez. Aquí muchos creíamos que en esa cumbre improvisada de la perfumada derecha universal brillarían el apacible Álvaro Uribe Vélez, el muy leal Juan Carlos Pinzón, la paracaidista Íngrid Betancourt, el inefable Andrés Pastrana y, por supuesto, otros goditos y lagartos. Tampoco se conoce una sola declaración de la líder opositora caraqueña ni en contra ni a favor de uno solo de nuestros dirigentes, salvo su referencia a que su país está invadido por chinos, rusos, cubanos, hezbolá y la guerrilla colombiana.
Al presidente Petro no le gustó que premiaran a Corina, pero como es su estilo, quedó mal con todos, incluido su examigo Maduro. Esas relaciones nunca fueron buenas ni confiables, pero hoy saben a divorcio. Cuando ambos mandatarios literalmente están en la cuerda frágil de las relaciones con los Estados Unidos, a Petro tardíamente le dio por reclamar democracia en Venezuela y la adopción de una amnistía general que hoy es improcedente jurídicamente.
La dictadura de Maduro quedó sin aire y expuesto su descrédito ante el planeta. No solo despojaron de su pasaporte al cardenal Baltazar Porras, arzobispo emérito de Caracas, impidiéndole viajar a Oslo, sino que su belicosa ministra, Delcy Rodríguez, salió con la tontería de calificar la premiación como un velorio. Ceguera incorregible, porque lo que vimos fue muy vibrante, tanto por el discurso enhiesto de la primogénita de la galardonada, como por las duras y contundentes advertencias del presidente del Comité Noruego que concedió el Nobel y luego la emocionante y aplaudida aparición de María Corina en el balcón del hotel delante de sus compatriotas que entonaron su himno nacional, digno y evocador de las batallas que por la libertad en todos los tiempos han asumido los venezolanos, paradójicamente también una nación sacudida desde siempre porque ha sido gobernada más por dictadores que por demócratas.
La tiranía en la vecindad está llegando a su fin, pero no se avizora cuál será la solución cuando Maduro ponga pies en polvorosa. A Corina esa izquierda intolerante y asesina jamás la dejaría gobernar ni de considerarla traidora. Y esas vicisitudes no nos son indiferentes, pues lo que pase o no en Venezuela terminará afectándonos, empezando por poner en riesgo el proceso electoral y por la diáspora que puede dispararse de nuevo hacia Colombia, para solo mencionar dos aristas. Por eso las cada vez más severas advertencias de Trump contra Petro —el próximo o el que sigue— no pueden reducirse a pensar que aquí no va a pasar nada y que caído Maduro con su cohorte todo volverá a la normalidad.
Lo que nos espera no es nada halagüeño, pues Petro está tan acorralado que el presidente Trump ni siquiera le recibe una llamadita de cortesía. El peor de los mundos. Petro logró lo que veíamos, si no imposible, al menos lejano: que en el concierto internacional Venezuela y Colombia participen del mismo desprestigio, pero, además, que ni siquiera haya diferencias entre Maduro y él. Tal vez lo único que no los hace iguales es que Petro hoy es inquilino de la lista Clinton y Maduro no, pero sí con orden de detención en su contra y, además, en que la oposición liderada por María Corina puso los ojos de la opinión mundial sobre la satrapía chavista, mientras aquí las encuestas pagadas por la ultraderecha promueven al nada recomendable, provocador y agresivo Abelardo de la Espriella.
Y en medio de ese desastre que apenas empieza, Petro incurre en la osadía de descalificar a la fiscal Camargo por no colaborarle, atribuyéndole que está asustada porque la incluyan en la lista Clinton. No solamente es una grosería sino una manifestación desafortunada que deja al descubierto que Petro tiene que estar severamente preocupado, pues solo ese pánico explicaría la torpeza de creer que la fiscal es su subalterna y que debe acompañarlo en el drama que atraviesan su familia y el ministro Benedetti, por cuenta del derrumbe que han sufrido a partir de ser incluidos en la pesada nómina Clinton, que es lo más parecido a la muerte civil.
Adenda. Extraordinario el inolvidable el concierto de navidad realizado en el Gimnasio Moderno por el barítono Valeriano Lanchas, la mezzosoprano Valeria Bibliowicz y el pianista Jonathan Soderlun.
