Hubo una época, por cierto lejana, en la que un colombiano medianamente informado estaba familiarizado con los nombres de los ministros y su recorrido en la vida pública. Usted mismo, amable lector, acepte el reto de identificar la identidad y la procedencia de los actuales ministros, y seguramente tendrá que admitir desde que no sabe con certeza si son 13 o 16 los sillones del gabinete, hasta que ignora quiénes están sentados en tan importantes poltronas. Son 16, sin contar al Ministerio del Posconflicto, recientemente creado
En la hora actual suena Cristo, porque ha sido un buen ministro del Interior, pues gracias a su manejo del Congreso logró que la agenda legislativa llegue a puerto seguro. Otro que suena, aunque más como precandidato que como ministro, es Mauricio Cárdenas, el alcabalero que nos tiene clavados con una reforma tributaria antipática y antisocial. De cuando en cuando se oye la voz peculiar de la canciller María Ángela Holguín, quien con su tono de obvio suele hablar de lugares comunes que a muy pocos convence. El Mindefensa, Luis Carlos Villegas, cuando se le oye parece más un general en retiro que un civil al frente de tan importante cargo. La Miss Comercio, como se conoce a la muy agraciada ministra María Claudia Lacouture, da palos de ciego. El recién llegado ministro de Justica, Enrique Gil, aunque se expresa con soltura, sin embargo anda enredado defendiendo el esperpento de la ley del jubileo que excarcelaría a casi 40.000 personas, que, con razón, ha merecido el rechazo general. Claro, hay ministros sobresalientes que no suenan con frecuencia, como Alejandro Gaviria, que lo hace bien, sin ruido y sin zancadillas. Pero hasta allí llega el censo, al menos el mío. El resto de ministros, que entre el diablo y escoja, empezando por los de Transporte (Jorge Eduardo Rojas) y Minas (Germán Arce), mediocres que parecen no haber tomado posesión.
Hasta el deporte nacional de hacer cábalas sobre quiénes podrían ser ministros perdió vigencia. Habrá quienes crean que ese desgano por los hombres y mujeres de confianza del presidente se inició cuando Uribe decidió cambiar muy pocos ministros en los ocho años de sus tortuosos mandatos, mala práctica que ha seguido Santos. En el gobierno de la seguridad democrática el presidente se sentía tan omnipotente que no necesitaba ministros, porque él todo lo hacía directamente, aunque mal; Santos también se ha equivocado en mantener tanto a sus ministros, porque la regla general de quienes lo han acompañado es que, con muy pocas excepciones, no representan a las regiones y casi que ni a los partidos, y allí podría estar la causa de las deplorables encuestas presidenciales.
Lo que se viene en los próximos días parece ser que el presidente Santos no hará crisis de gabinete, pero sí unos ajustes pequeños, que no aliviarán el sentimiento de desilusión y desesperanza. Por ejemplo, en los mentideros políticos que suelen estar bien informados, entre risas y burlas se da por cierto que un peculiar personaje que en los últimos tiempos se alineó con el exprocurador Ordoñez y con la excontratadora Sandra Morelli anda autopromocionándose en desayunos, almuerzos, comidas, cocteles, fiestas, paseos, etc., para que lo nombren en el Ministerio del Interior o en el de Defensa. No me extrañaría que esa campaña insólita y hasta ridícula en favor de sí mismo arrojara resultados positivos, porque Santos ha demostrado que tiene una tendencia temperamental para nombrar enemigos o personas no confiables, salvo, por supuesto, los jugosos puestos diplomáticos de los que hoy disfrutan sus más cercanos.
Santos debería sacudir el gabinete, o un porcentaje significativo, y llevar servidores reconocidos en las regiones, de manera que la gente sienta que se vienen aires renovadores, no vaya ser que la marcha del próximo 1 de abril —la de la hipocresía, convocada por los más feroces manipuladores de la corrupción— sea el inicio de un desastre institucional.
Adenda. Una reforma constitucional en lo ambiental adoptada de común acuerdo con los intolerantes ambientalistas, como lo pretende el Gobierno, puede ser algo peor que un cataclismo.
notasdebuhardilla@hotmail.com