POR FIN LUIS CARLOS RESTREPO, ante la avalancha de evidencias, reconoció en una entrevista en Caracol Radio del pasado jueves que la desmovilización del grupo Cacica Gaitana, con la que quisieron obtener indebidos dividendos políticos, fue otra farsa del gobierno de la seguridad democrática. Se le olvidó fue pedir excusas al país que entonces cayó de rodillas ante tan atroz mentira, como así lo denuncié en ese momento desde esta misma tribuna.
La explicación de que los guerrilleros, con el preso Olivo Saldaña a la cabeza, engañaron a la dirección de inteligencia militar, la Policía nacional y todo el Gobierno que vigilaba celosamente lo que pasaba con la seguridad y los criminales de todos los pelambres, es una desgastada coartada del uribismo, nada creíble. En efecto, también atribuyeron al engaño de poderosas familias que hoy siguen libres, el haber distribuido los AIS entre sus aliados políticos y sostenedores de la fallida tercera reelección. ¿Estaban gobernando o dejándose engañar?
Si Luis Carlos Restrepo incurre en la hostigante ponderación de sus capacidades y logros profesionales, autodenominándose “intelectual”, “epistemólogo” y “filósofo”, calidades académicas que seguramente detenta pero de las que no hizo buen uso mientras estuvo en el Gobierno, ni tampoco ahora que está enfrentando cargos ante la justicia, me doy licencia para recordar lo que a lo mejor uno que otro lector no debe haber olvidado.
Desde esta columna, en numerosas ocasiones denuncié que todas esas desmovilizaciones —incluida la que ahora tiene a Restrepo hablando mal de todos los mortales y criminalizando a quien lo critique o esté en desacuerdo con él—, eran montajes burdos. En efecto, nadie que esté preso puede desmovilizarse de ningún grupo rebelde, porque está detenido y vencido por el Estado. Eso tan elemental no lo vieron a la hora de la desmovilización del prisionero alias Olivo Saldaña, a quien convirtieron en gestor y cómplice de la fraudulenta rendición del Cacica Gaitana.
Entonces, que no se crea que todo vino a descubrirse ahora, como lo sostuvo Restrepo en Caracol Radio, porque desde el mismo instante en el que el Gobierno puso a aplaudir al país esas desmovilizaciones, muchas voces advertimos que allí lo que había era un fraude gigantesco con clarísimos fines politiqueros. Raro que unos columnistas en Bogotá estuviésemos en capacidad de comentar algo tan grave, y que el Gobierno que espiaba a diestra y siniestra a Raymundo y todo el mundo, no supiera nada.
Restrepo tiene derecho a que se presuma su buena fe, ni más faltaba, así ellos hubieren aplicado lo contrario a sus opositores y críticos. Pero, ¿si nadie del Gobierno obró de mala fe, entonces, quién fue? Porque obviamente alguien tuvo que actuar con dolo. Me resisto a creer que hayan sido los falsos desmovilizados, porque de nada les servía montarse en esa película.
En su intento de pronunciarse sobre la contundente columna de Gustavo Gallón, en la que demostró que por lo menos fueron asesinadas 4.820 personas por los paramilitares hasta mediados de 2009, Restrepo prefirió no responder, y optó por escarbar la basura que la ultraderecha criolla viene alimentando, según la cual lo de Mapiripán no fue una masacre sino una fiesta infantil.
Y el ataque visceral de Restrepo contra el general Óscar Naranjo, acusándolo de corrupto, es una infamia estúpida. Si Naranjo fuese corrupto, ¿por qué lo nombró el gobierno de Uribe en la dirección de la Policía, descabezando una docena de generales? La verdad es otra, mientras Restrepo trataba de legalizar la situación jurídica de unos narcos agazapados en la ley de justicia y paz, Naranjo fue el único funcionario que se alzó contra esa soterrada negociación con narcos.
Más le vale callarse a Restrepo porque si así va a ser su defensa en los estrados judiciales, francamente tiene motivo para estar preocupado.
Adenda. Feliz año 2012.