Si quienes pusieron los petardos querían intimidar a los bogotanos y legitimar el discurso de abortar el proceso de paz, lo están logrando. El jueves por la noche la ciudad daba la sensación de estar en la antesala de toque de queda. Y no era para menos.
Que las guerrillas estén bombardeando la infraestructura y los oleoductos no es de extrañar, porque siempre lo han hecho. Pero que en una misma tarde exploten dos artefactos de mediano poder en sitios tan concurridos de la capital, esas son palabras mayores y más que una voz de alerta constituyen una declaratoria de guerra total.
Las primeras informaciones dan cuenta de que los investigadores suponen que los petardistas fueron milicianos del Eln, aunque hasta ahora no hay pruebas de esa suposición. Ya habrá alguien señalando a las Farc, lo que no resulta del todo inverosímil tanto más después de que anunciaron que arreciarían sus ataques.
La situación es tan grave, que lo menos malo que puede pasar es que en verdad haya sido algún grupo insurgente el autor de estos petardos, porque esto no sería más que estrategias de ruido y de terror contra los colombianos. Esa sería una muestra más del estado lunático en el que viven los rebeldes, creyendo todavía que van a llegar al poder por la fuerza, cuando militarmente están diezmados y reducidos solamente a la posibilidad de dar golpes menores, eso sí, que generen pánico.
Si fueron las Farc o el Eln, la Fuerza Pública nos debe más de una explicación, porque causa zozobra que a plena luz del día, en el centro financiero del país, en calles monitoreadas y custodiadas por policías, escoltas y vigilantes privados, la insurgencia tenga el arrojo de explotar bombas.
Pero si no fue la insurgencia la que estuvo detrás de esta escalada terrorista, el problema es extremadamente grave, porque es una señal de que esos ultraderechistas enemigos agazapados de la paz estarían decididos a propalar el rumor de que al país se lo llevó el diablo y que la única opción es prolongar el conflicto interno, o mejor, el jugoso negocio de la guerra. No sería la primera vez que esas fuerzas oscuras acuden al terrorismo que tantos resultados les ha dado a sus mezquinos propósitos. Y lo peor es que no sería la última, sino apenas el comienzo, de otras cosas siniestras que no se sabe en qué puedan parar.
Esta no es la hora de pedirle al Gobierno que se levante de la mesa de negociaciones y que rompa abruptamente el proceso de paz. Las Farc tienen que entender que cada día se les cierran más las posibilidades políticas de sobrevivir. En Cuba está próxima la reanudación de relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, mientras en Venezuela soplan vientos de reconciliación con los americanos. ¿Se habrán preguntado los hombres del secretariado de las Farc cuál será su futuro en esos países en plena luna de miel con los gringos? Deberían hacerlo, porque si se empeñan en sostener la guerra, no van a encontrar sitio sobre el planeta donde albergarse, empezando por Colombia donde el odio visceral por las Farc es evidente.
Y el Gobierno debería multiplicar sus esfuerzos para que haya por fin humo blanco en la mesa de negociación, porque también se le están agotando sus recursos políticos. No más turismo de la lagartería de los pazólogos a La Habana, hay que tomar definiciones, no vaya a ser que los insurgentes y la ultraderecha militarista que no quiere la paz, se salgan con la suya. Y que, ahora que las Farc volvió a hablar de desescalar el conflicto, el Gobierno abogue por lo menos por restablecer el cese unilateral.
Fácil resulta imaginar lo que pasaría si siguen explotando bombas o si hay un magnicidio.
Adenda No 1.- Los caleños que piensan votar por el corrupto e inepto de Angelino Garzón deben tener claro que, si él gana las elecciones, quien gobernará la ciudad será su mujer, Monserrat Muñoz. No en vano en las ruedas de prensa ofrecidas por el exvicepresidente, los periodistas han advertido que la conspicua aunque irascible señora da más que órdenes al flamante candidato.
Adenda No 2.- Magnífica la película “Carta a una sombra”, sobre la vida, obra y sacrificio del médico Héctor Abad Gómez. Ternura, amor y dolor.
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