Durante muchos años asistí al Campín todos los domingos para ver a los equipos locales, siempre con la esperanza de que perdieran. Hoy quedé reducido a ir solo cuando juega el Deportivo Cali, aunque en la última ocasión tuvimos que soportar los insultos de una santafereña que no nos permitió celebrar el único gol que el equipo ha marcado allí en una década. Antes ir al estadio era muy grato porque nadie se atrevía a agredir a quien estuviese apoyando a los cuadros enfrentados con Santa Fe o Millonarios. Era una terapia semanal cuya cita cumplía con puntualidad. Hoy ir a fútbol es una actividad peligrosa y desagradable.
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