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No se discute el derecho de los policías a exigir sus prestaciones y el mejoramiento de sus condiciones laborales.
El hecho de que como miembros de la fuerza pública no sean deliberantes, en modo alguno implica que no puedan formular peticiones a las demás autoridades. Ellos lo saben, porque además de su adiestramiento físico han sido suficientemente informados de sus derechos y obligaciones. Lo ideal es una policía bien remunerada y dotada de todas las prerrogativas, para erradicar el acecho de la corrupción que algunos suelen atribuir a los pésimos salarios que reciben los uniformados.
Lo que muchos ciudadanos no entendemos es la razón por la cual un patrullero, por cierto bien hablado, le pone la cara a todo el mundo para explicar el alcance de sus reivindicaciones laborales, escoltado por un escuadrón de otros policías encapuchados. Y es allí donde nuestra Policía asusta.
El patrullero que llevó la voz cantante de esos videos que están circulando por las redes sociales justificó el encapuchamiento de sus colegas por el temor de ser despedidos de sus oficios. Es posible que no les falte razón, pero, aun así, al rompe se advierte que quienes han organizado esa cruzada o protesta de unos policías encubiertos pensaron en ellos, no en la institución a la que le deben lealtad, por supuesto mucho menos en el país.
Si los encapuchados creyeron que iban a conmover a la opinión pública y a ponerla de su lado, obviamente se equivocaron de cabo a rabo, porque lo que lograron fue intimidar a todo el mundo. Esas imágenes recordaron los escuadrones de la muerte de las dictaduras del cono sur, y nos han puesto a meditar sobre si detrás de ese grotesco gesto de utilizar antifaces lo que se esconde es una práctica reiterada de algunos policías o al menos un talante que no describe una democracia, sino algo siniestro y al margen de la ley. Cuando en los reiterados disturbios a los que nos tienen acostumbrados los combativos estudiantes de las universidades Nacional y Pedagógica, aparecen encapuchados, la misma Policía pone el grito en el cielo y denuncia que esos centros universitarios están infiltrados de criminales. Y cuando los encapuchados son ellos ¿entonces qué?
La primera señal de autoridad que reconocen la inmensa mayoría de los ciudadanos, desde su infancia, es precisamente a los policías, antes que a los alcaldes, gobernadores, al mismo presidente, a los jueces. En los pueblos, la Policía comparte ese privilegio con los curas y el médico, porque son símbolos de convivencia, claro, hasta que los asociados se percatan de que algunos de ellos acuden a la insólita estrategia de presentarse como bandidos para reclamar sus derechos.
Algo malo tiene que estar pasando en la Policía de ahora, para que ocurran las cosas desagradables e inesperadas con las que nos sorprenden diariamente, y no me refiero a los problemas íntimos de su director que pertenecen a su esfera privada. No es solamente el contingente policial disfrazado de atracadores que muestra de lo que es capaz una organización civilista que sin embargo se camufla. En efecto, mientras la Policía ha patentado el procedimiento de grabar a todos los infractores de tránsito que invocan el “usted no sabe quién soy yo”, el hermano del general Palomino, también alto oficial, se ha visto envuelto en incidentes inapropiados, solo que en esos episodios vergonzosos en los que resultan comprometidos oficiales bien emparentados, curiosamente se apagan las cámaras y nadie vio nada.
El general Palomino, o quien lo suceda, tiene que asegurarles a sus hombres que hacer valer sus derechos no es motivo de despido, pero sobre todo a los colombianos nos tiene que dar la tranquilidad de que esa cultura mafiosa de los policías enmascarados no vuelva a repetirse. Y a quienes criticamos lo que está pasando, garantizarnos que no seremos espiados ni chuzados, como ocurrió en épocas del general Daniel Castro cuando desde esta misma tribuna me ocupé del general (r) Alonso Arango.
Adenda. Terrible sería que la primera consecuencia para Bogotá del efecto Peñalosa se traduzca otra vez en la suspensión del metro.
notasdebuhardilla@hotmail.com
