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Me bastó un breve reencuentro con Cali para advertir que la situación que atraviesan sus habitantes y esa ciudad de mis querencias, porque allá están enterrados mis mayores, es de notorio deterioro y desesperanza.
La alcaldía de Ospina sin duda ha sido desastrosa y peligrosa. La que era una villa agradable, limpia y adornada de un delicioso verde en calles y avenidas hoy es una población atemorizada en la que nadie puede sentarse en un sitio público a tomar lulada y comer empanadas para gozar de la brisa marina refrescante que desciende todas las tardes desde Dagua, aliviando las temperaturas caniculares. La otrora Sucursal del Cielo parece en guerra.
Esa sensación sacude a los caleños de todos los pelambres. No hay conversación en la que los lugareños no añoren los años idos y despotriquen de lo que les está pasando políticamente. No es para menos, porque la campaña para elegir alcalde ha hecho de Cali una ciudad atrasada y prisionera de la corruptela.
Las encuestas de los candidatos a la Alcaldía las lideran Alejandro Éder y Roberto “Chontico” Ortiz, pero a qué costo.
Éder es el vocero del momierío caleño que no está dispuesto a que le vuelvan a derrotar a uno de los suyos, un personaje que a pesar de contar con el apoyo de las fortunas del empresariado vallecaucano, entre las cuales está la de su familia, no ha podido labrarse una imagen amable y cautivadora que lo ponga a salvo de la de señorito solemne y consentido de la élite valluna. Por supuesto, él no tiene la culpa de su suerte de cuna, pero sí de las maniobras sucias en que se ha visto involucrado para asegurar el triunfo acudiendo a todo.
Ciertamente, si algo ha quedado claro en Cali es que allá la suerte política la deciden quienes tienen capacidad económica. Por eso fue posible que otra candidata a la Alcaldía, Diana Rojas, una joven aguerrida que había conseguido notoriedad, fuera llamada al orden por un cacique de cuello blanco, el acaudalado exalcalde Maurice Armitage, quien, a la usanza del vasallaje del Medioevo, la “convenció” de renunciar y adherir a Éder, porque hay que ganar, no importa lo que tenga que hacerse. Gran desilusión causó la joven promesa, que se vino de bruces desde su pedestal de mujer innovadora, emprendedora y con futuro para caer rendida en los brazos tibios de Éder.
Pero, no contento con eso, Éder decidió venderle al alma al diablo y ha terminado militando con el impresentable exministro de Justicia Wilson Ruiz, un lagartazo de precaria reputación, otrora cercano al exsenador Martínez Sinisterra, cuya actuación como procurador delegado ante el Consejo de Estado quedó manchada por sus andanzas. Las últimas audacias de Ruiz se concretaron recientemente en su finca en La Vega repleta de animales exóticos, en donde se hizo tristemente célebre convocando opíparos almuerzos sabatinos con magistrados para avalar candidaturas para fiscal general de la Nación y otros altos cargos en la Rama Judicial. Como en Fuenteovejuna, todos a una asistían a esos aquelarres muy parecidos a los prósperos días del flamante Cartel de la Toga, que se resiste a desaparecer. Pero a Éder nada de eso le importó, porque el propósito es ganar así haya tenido que renunciar a los principios que supuestamente defiende. Hoy es otro más de la jauría politiquera, igual y hasta peor que el Chontico, un reconocido chancero, otro oportunista y mediocre que se está jubilando en su aspiración de hacerse alcalde, detrás de la cual conviven también sórdidos intereses e impublicables intenciones. No hay con quién, cualquiera que gane, Cali no resucitará.
Si en Cali llueve, en el departamento no escampa. La actual gobernadora dirige unas elecciones con las cartas marcadas. No habrá sorpresas, el poder seguirá con las mismas, no hay espacio ni posibilidades para otras opciones.
Adenda No 1. Imperdonable error y colosal abuso de Petro con su postura en contra de Israel con ocasión del ataque terrorista de Hamás. Alguien debería explicarle que él es mandatario, no dueño de Colombia, y que no puede comprometer a toda la nación con sus delirantes e irresponsables opiniones, que a él personalmente le cerrarán las puertas en el concierto internacional, pero le causarán irreparables daños no solo a la imagen del país.
Adenda No 2. Cada vez desconcierta más la vicepresidenta y ministra Francia Márquez. Ahora se victimiza porque le removieron del esquema de su seguridad a un oficial de la Policía que apareció riquísimo de la noche a la mañana, detalle que a la alta funcionaria no la estremeció.
