Hace muchos años un expersonero de Bogotá soltó su fórmula para reformar la Policía, que consistía en acabarla y volverla a crear. Han pasado tres décadas y siempre recuerdo la anécdota porque creo que ese exfuncionario sigue teniendo razón.
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Ahora el ministro de Defensa, Iván Velásquez, anuncia varios cambios sustantivos en la Policía que están empezando a conocerse, pero a pesar de las buenas intenciones creo que sus resultados podrían ser decepcionantes.
Para empezar, el nuevo director de la Policía, general Henry Sanabria, francamente no convence y por el contrario preocupa. No lo digo por su ya publicitada condición de rezandero que, en opinión de algunos, lo hace intolerante con ciertos asuntos sensibles como el aborto o la comunidad LGBTIQ. Recientemente se supo que este general expresó sus reparos a la fiesta del Halloween porque en su universo inflamado de creencias religiosas de estirpe católica supone que se trata de una efeméride diabólica. Esto sería lo de menos. El general Sanabria, que tiene fama de conocer la normatividad jurídica, en días pasados nos sorprendió con una declaración que ni siquiera se le habría ocurrido a su antecesor, el perfumado e incompetente general (r) Jorge Luis Vargas, a quien le salió barata la mentira de que habían dado de baja a alias Mordisco. En efecto, olvidando que el artículo 219 de la Carta Política prohíbe a cualquier miembro de la Fuerza Pública deliberar, Sanabria decidió que a él no le gusta que la Policía sea adscrita a otro ministerio o autoridad diferente del ministro de Defensa. No se había visto a un alto oficial pronunciarse sobre la conveniencia o no de dónde debe estar la Policía, pero a este le pareció que como director de la institución él puede dar línea o deliberar, que fue lo que hizo contrariando la Constitución.
Las aguas que corren por la Policía están alborotadas, como lo demuestra el hecho de que hayan pedido el retiro voluntario 23 oficiales, al parecer porque no se sienten conformes con lo que está pasando frente a las reformas al Esmad. A pesar de que un comunicado de la Policía calificó como normales esas renuncias, lo cierto es que se trata de un hecho inusual que en el fondo tiene un tufillo de invitación a la insubordinación. Pero si lo que motivó el retiro de esos oficiales tiene que ver con que quieren que el Esmad siga siendo el temido cuerpo de represión violenta que llenó de heridos, lisiados y muertos las protestas sociales en los tiempos tempestuosos de Duque, pues hay que celebrar que se hayan ido.
Ahora bien, lo que está en juego es cómo se van a manejar de aquí en adelante las alteraciones al orden público y cuál será el papel del Esmad, al que por lo pronto ya le cambiaron el nombre por el de Unidad Nacional de Diálogo y Mantenimiento del Orden (Undmo). Si todo resulta como lo tiene previsto Velásquez, la Policía del futuro estaría integrada por uniformados y por civiles expertos en resolución de conflictos quienes en vez de enfrentarse tendrán que mediar con la comunidad para ponerles fin a las alteraciones de orden público. Eso sí, esos uniformados que ya no podrán repartir bolillo enfurecidos cuando alguien los insulte conservarán sus armas menos letales, que también matan. Ya veremos cómo la ciudadanía identificará a esos policías camuflados de civiles, si van a desempeñarse en la penumbra y sin que nadie los pueda identificar, lo que, de ser así, francamente no resulta atractivo en términos de garantías.
Por ahora hay que recibir con actitud positiva que la protesta de esta semana contra el Gobierno Petro se haya podido realizar sin vidrios rotos ni vándalos infiltrados. Qué bueno que el uribismo y la ultraderecha puedan marchar en paz y que pronto se descriminalice la protesta social que ellos hicieron riesgosa durante sus gobiernos. Eso se le debe más a la Casa de Nariño que a la Policía. Es una buena señal de que las cosas podrían mejorar, pero conociendo el almendrón no se nos puede olvidar que el ropaje de la nueva Policía está hecho para que lo vistan los mismos agentes de siempre. He allí la duda. Amanecerá y veremos.
Adenda No 1. ¿Por qué ni un solo detenido por el ataque a la Catedral Primada, si según la Policía actuaron a tiempo?
Adenda No 2. Que el alcalde de Cali, Jorge Iván Ospina, alegue que atacan su pésima y cuestionada gestión por ser petrista es una coartada tramposa.
