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Paradoja de la Doña

Ramiro Bejarano Guzmán

22 de abril de 2023 - 09:00 p. m.

¿Qué tiene que estar haciendo la primera dama de la Nación, Verónica Alcocer –la Doña, como ya la llaman coloquialmente– en el Capitolio y concretamente en la presidencia de la Comisión Séptima de la Cámara de Representantes precisamente cuando se estaba hundiendo el proyecto de reforma a la salud? Eso no pudo ser una simple coincidencia sino un mensaje político de alto turmequé, que no es muy difícil descifrar. Algunos dirán que como estamos en el gobierno del cambio, en este cuatrienio vamos a tener que acostumbrarnos a que tan distinguida señora ejerza un papel protagónico en el Congreso a propósito de salvar proyectos de ley en los que tenga interés el Gobierno presidido por su cónyuge.

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Si se trata de utilizar a Alcocer como apoyo cuando estén naufragando los proyectos de ley, va a tener que habituarse a entrar y salir del Congreso e, igualmente, tendrán que acostumbrarse a verla los hombres y mujeres que se desempeñan como congresistas, quienes, por más gobiernistas que sean, no les va a gustar que sobre ellos se ejerza un liderazgo que no se ha labrado en la lucha de la vida política, sino en la intimidad de su familia. El paso siguiente seguramente será que la Doña se siente en las sesiones plenarias o de las comisiones y monitoree todo lo que esté pasando, lo que seguramente se interpretará como una vigilancia estrecha del alto gobierno que lentamente se empieza a convertir en una seria amenaza a la independencia del Congreso. Por lo pronto, ya se oyeron las voces de las representantes Katherine Miranda y Jennifer Pedraza expresando su incomodidad por este gesto inédito en una primera dama. No se trata, por supuesto, de que la señora no pueda ir al Congreso, porque también es ciudadana, sino que parezca olvidar que ella simboliza muchas cosas, empezando por el ejercicio del poder. Hoy resulta menos improbable el vaticinio de que le están construyendo una imagen política a Verónica, a semejanza de lo ocurrido en otros países, como Nicaragua y Argentina, y eso no es gratis. Si estamos asistiendo a la maduración de una candidatura presidencial agenciada desde las escalinatas y alcobas de la Casa de Nariño, difícilmente podría despejarse la pesada sombra de que somos una republiqueta bananera.

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Lo que no se entiende es por qué se empeñan en poner en riesgo la imagen fresca y sin duda agradable y simpática de Verónica, poniéndola a moverse en el sórdido escenario público. Craso error: untarla del barro de la política es, por decir lo menos, innecesario y perjudicial.

El problema generado por Verónica no es que haya influido en nombramientos de importantes funcionarios, como en el de la anterior directora del Bienestar Familiar, o haber influido para que ratificaran en el cargo al controvertido superintendente de Sociedades, o que ahora se presente altiva en los pasillos del Congreso. Tampoco que le haya levantado un puesto de privilegio en la propia Casa de Nariño a su amiga española, Eva Ferrer, a quien le concedieron la nacionalidad colombiana en un procedimiento de resultado inmediato, porque para eso ganaron y están en su cuarto de hora.

No, el verdadero problema es que la señora Alcocer ha hecho todo eso y seguramente muchas otras cosas de las que nos iremos enterando a cuentagotas, pero sin tener que asumir ninguna responsabilidad política. Le ha tocado fácil, mejor dicho, pero tanto va el cántaro al agua hasta que se revienta. Lo que inquieta no es ni siquiera que, como lo dijo Jennifer Pedraza, “no le basta con darles puestos a sus amigas, ¿ahora quiere negociar mermelada?” sino que haya alguien tan poderoso al interior del Gobierno que haga y deshaga sin que nadie le pueda exigir una sola explicación, o formularle una queja disciplinaria ante la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes. Intocable e inmune, así sí rinde.

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Claro que Verónica no es la única que goza de esos privilegios de hacer de todo sin que le pase nada. En eso la acompañan varios, entre otros el fiscal Barbosa y la procuradora Cabello, pero la diferencia con la Doña es que ella disfruta todavía del aprecio colectivo y, en cambio, ellos ya no se salvan del desgaste de haber abusado del poder.

Adenda. El encuentro de Petro y Biden resultó muy bien, como no le ha ido a ningún otro mandatario, así les duela a quienes se promocionan como dueños de las relaciones con los americanos.

notasdebuhardilla@hotmail.com

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