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Merece aplauso el esfuerzo de entregarle al mercado un libro que ya muy pocos recodaban, como lo ha hecho Tirant Humanidades con El Estado Fuerte. Una introducción al estudio de la Constitución en Colombia, texto escrito hace más de medio siglo por el expresidente Alfonso López Michelsen. Este trabajo del Compañero Jefe sigue teniendo vigencia aún hoy cuando el constitucionalismo moderno se ha reducido a la invocación de sentencias que resuelven problemas coyunturales sin dejar huellas ni doctrinas perdurables.
No es fácil apostarle a reeditar textos que dejaron de citarse por el paso del tiempo, además cuando sus autores han desaparecido. Este reto de Tirant Humanidades está llamado a tener éxito porque tiene la virtud de que no está concebido para que sea abordado solo por los sabiondos nuevos constitucionalistas del tercer milenio que escriben con el deliberado propósito de que no se entiendan sus argumentos, pero sí para que sus nombres queden plasmados en la bibliografía constitucional. El libro de López está a salvo de esas vanidades de creer que se acierta haciendo complicada y sofisticada la historia constitucional.
Este libro viene acompañado de un magistral estudio preliminar de Guillermo Sánchez Luque, exmagistrado del Consejo de Estado, el cual no solo sirve de presentación de la obra, sino que resulta indispensable para expertos y neófitos. Recordar el recorrido como jurisperito y académico de López es agradable porque, para empezar, el entonces joven jurista no escribió su tesis de grado para doctorarse en jurisprudencia en el Colegio Mayor del Rosario sobre temas constitucionales sino sobre algo tan áspero y alejado del derecho público como La posesión inscrita en el Código de Bello. El estudio preliminar de Sánchez abunda en datos históricos y en la identificación de paradigmas que siguen teniendo presencia, por lo que desde la introducción este texto es de obligada lectura.
López, quien siempre fue experto en lanzar opiniones tan contundentes como irreverentes, no hizo de este trabajo una disertación partidista sobre ninguna de las constituciones que nos rigieron en el siglo XIX. López concluyó que “si fuéramos a hablar de constituciones políticas, podríamos decir que, en toda la historia de nuestro desenvolvimiento como nación, ninguna fue tan duradera ni tan estable como la Constitución no escrita totalmente, pero sí de derecho consuetudinario, de la Audiencia y la Presidencia de Santa Fé”, la cual rigió por cerca de dos siglos.
Como muy bien lo comenta Sánchez Luque, con la publicación de este libro los programas de estudio del derecho constitucional tienen que restablecer las clases sobre derecho indiano y derecho español, hoy infortunadamente desaparecidas. Ese ejercicio permitirá comprender el razonamiento siempre actual del otrora profesor López Michelsen.
En hora buena doctores y aprendices tienen la oportunidad única de aproximarse a las fuentes del derecho constitucional, tal como lo vio López, quien se paseó en este importante trabajo por las instituciones de las indias y también por las consecuencias en América de la independencia de las colonias inglesas de Norteamérica y de la Constitución norteamericana de 1787. Además, entendió que el constitucionalismo de todos los tiempos no puede prescindir de evaluar la influencia de la Revolución Francesa en nuestro derecho constitucional.
López también acoge la tesis española comentada por Arturo Barea, el escritor español del portentoso trio La Forja de un rebelde, otra obra monumental con más de 50 años de divulgada, que también recomiendo a quienes tengan interés en conocer las miserias y mezquindades de la guerra civil española y en general de la vida de España de inicios del siglo XX y la del desastre militar de 1923 en Marruecos. En efecto, según Barea “no fueron las colonias españolas las que se rebelaron contra España, sino los españoles de América los que se rebelaron contra su viejo país”, pero ayudados por mestizos e indios, porque “cada revolución americana ha tenido un español a su cabeza”. López y Barea escribieron también para la posteridad y por eso, a lo mejor sin haberse leído mutuamente, coincidieron en esa apreciación del origen de las guerras de independencia de las colonias y de nuestra estructura constitucional.
Adenda No 1. Muy diciente que el presidente Gustavo Petro, en el listado de los supuestos once logros de su gobierno, no haya podido incluir una sola referencia a la lucha contra la corrupción.
