Le restan menos de seis meses al subpresidente Iván Duque para que abandone la Casa de Nari, a la que nunca ha debido llegar, y a medida que se acerca la feliz hora de su partida es más agresivo, errático y, lo que es peor, ignorante y de mala fe.
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La declaración de Duque cuando conoció el fallo histórico y libertario de la Corte Constitucional que suprimió el delito de aborto hasta la semana 24 de gestación es altanera. Sostener que “cinco personas no pueden plantear algo tan atroz como que se interrumpa una vida” es una afrenta a la Corte Constitucional. No fueron cinco pelagatos quienes decidieron, como tampoco deciden nueve cuando lo hacen por unanimidad, pues en ambos casos se pronuncia la corporación.
No hay duda de que Duque deshonra la alma mater donde se hizo abogado, la profesión y a su mediocre secretario jurídico, pues posturas de este talante totalitario han hecho de él un peligro. Tal parece que Duque tampoco sabe que él solito no puede declarar la guerra a ninguna nación, como lo viene haciendo en la práctica con Rusia, porque esa decisión requiere la aprobación del Senado, como lo manda el numeral 5 del artículo 173 de la Constitución.
Pero si sorprende la provocación de Duque al sindicar a los magistrados de “interrumpir vidas”, también mortifica el silencio de la Comisión Interinstitucional de la Rama Judicial, que ha debido protestar inmediatamente y reclamar respeto por la autonomía de la justicia.
Duque ha dejado un lastre vergonzoso de intromisiones en la Rama Judicial y además mentiras torvas. Cuando posesionó al fiscal le impartió la instrucción de hacer de la investigación por el crimen de Álvaro Gómez una causa política para cobrar venganzas y Barbosa lo ha cumplido. Recientemente posó de embustero, cuando sostuvo que Aida Merlano se le voló a la Corte Suprema y no a su Gobierno, responsable del instituto que maneja las prisiones.
A eso se suman los ataques de Duque contra la Jurisdicción Especial para la Paz y la Comisión de la Verdad, para cumplirle a su obsesión enfermiza de hacer trizas la paz. Hoy asistimos al espectáculo de un Gobierno atravesado para que alias Otoniel no informe lo que sabe ante la Comisión de la Verdad, porque son conscientes de que ese sería un ventilador gigante que no podrían detener ni la Fiscalía ni los órganos de control, todos politizados y al servicio de Duque.
El mismo balance han dejado las destempladas opiniones de Duque contra la Corte Suprema de Justicia cuando, detenido Uribe, advirtió que por encima de todo creía en la inocencia de su patrón. Otra bofetada amenazante no respondida por las altas cortes, cuya actitud silente ha terminado permitiendo todos estos desmanes de quien, como Duque, poco o nada le importa la división de las ramas del poder público pues pretende gobernarlas, del mismo modo que Nicolás Maduro, su más próxima semejanza.
Y hasta se valió de su condición de jefe de Estado para defenderse de las graves acusaciones que por compra de votos le lanzó su exaliada Aida Merlano, la diosa barranquillera que tuvo el arrojo de sindicarlo de quererla asesinar, ante lo cual Duque en tono intimidante respondió: “Yo no quiero matar a nadie, lo que quiero es que se haga justicia”, eso sí, a su conveniencia.
El ridículo no le ha sido esquivo a Duque, como cuando vaticinó en febrero de 2019: “Hoy es digno de aplaudir lo que está viendo el mundo y es que a la dictadura de Venezuela le quedan muy pocas horas”. Han pasado tres años y Maduro, ahí. O la otra frase bobalicona de: “A alias Guacho se le acabó la guachafita”. Y esta otra perla con la que creyó que el país quedaría asombrado de su genialidad: “Y nos remontamos a lo que llamamos las siete íes. ¿Y por qué siete? Porque siete es un número importante para la cultura. Tenemos las siete notas musicales, las siete artes, los siete enanitos. Mejor dicho, hay muchas cosas que empiezan por siete”. Por todo eso y por mucho más, este año abrió plaza con su más reveladora y original agudeza: “Mi mayor defecto es ser perfeccionista”.
Alguien debería recomendarle a Duque que, por su propio bien, si no puede quedarse callado, al menos pensara antes de hablar.
Adenda. Merecida nominación de la obra Fragmentos, de la gran escultura Doris Salcedo, al premio MCHAP del Instituto Tecnológico de Illinois.