No es aventurado suponer que Petro no gusta de los magistrados de las altas cortes. En su campaña presidencial no tuvo una sola propuesta ni hizo referencia mínima a la Rama Judicial. Algunos dirán que eso fue para no alborotar el avispero de la historia del holocausto a la justicia propiciado por el M-19, al que perteneció en sus años mozos. Pero ya en el ejercicio del poder lo que se esperaba eran señales de aproximación con los togados, y nada de eso ha ocurrido ni sucederá porque ya el mandatario levantó un muro impenetrable.
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Lo que parecía otro de sus deslices de impuntualidad —de los muchos que en estos tres meses ha propiciado con militares, alcaldes, gobernadores, gremios y hasta con los mismos magistrados—, que se habría podido solucionar con otro pedido de excusas, así fuese de dientes para afuera, ha terminado por convertirse en un portazo a la justicia. A pesar de eso, ya unos pocos de esos togados sumisos, indignos o lagartos —lamentablemente los hay—, que se desviven por ir a la Casa de Nariño a tomar café o a que el presidente les dé palmaditas, sin una pizca de dignidad y decoro andan convenciendo a sus colegas de que se olviden del fuetazo por el bien de las relaciones entre dos poderes.
Nadie entiende en qué consiste la estrategia de invitar a todos los magistrados a la Casa de Nariño dizque para dar posesión a dos de ellos —uno en la Corte Constitucional y la otra en la Sala Laboral de la Corte Suprema—, a continuación sentarse a manteles para despedir el año y, en vez de eso, dejarlos metidos, no disculparse y a renglón seguido revivir un viejo decreto delegando en el secretario jurídico la función de posesionar a los magistrados. Mejor dicho, no le faltó al presidente sino decirles: “No me molesten más, ahí los dejo con mi subalterno”, sin duda un hombre de buenos modales que debe de estar preocupado por esta salida tan brusca y casi que grotesca.
No fue la primera vez que los magistrados se enfrentaron a estos desplantes inusuales, pues ya en los encuentros de las distintas jurisdicciones los dejó plantados en los actos de inauguración o clausura. Ingenuos los togados y en exceso tolerantes, porque si los ofendidos hubiesen sido otros hace rato habrían promovido la legítima y justiciera decisión de no volver a Palacio, al que, entre otras cosas, nada tiene que ir a hacer ningún juez. Se habrían ahorrado esta pesada ofensa. Entre menos visitas hagan los magistrados a su impuntual vecino, más disipan las habladurías y dudas sobre su autonomía e independencia.
Imposible adivinar qué es lo que se propone Petro distanciándose de la cúpula de la Rama Judicial. Los jueces ni tan cerca, pero tampoco en contra del Gobierno. No quisiera estar en los zapatos del ministro de Justicia, Néstor Osuna, un jurista de muchos quilates y además un humanista, a a quien se le conoce como un señor educado, amable y siempre cordial, y a quien ahora le tocará intentar apagar el incendio que se ha desatado por cuenta de las posturas o rabietas presidenciales. Es probable que el ministro bombero no logre recomponer el asunto, porque, con algunas excepciones, soplan vientos de profundo malestar en el Palacio Alfonso Reyes Echandía y con sobrada razón.
Se sabe que en materia de justicia Petro tiene alfiles a su servicio, aunque sean poco reconocidos en el gremio. Ya se habla de uno de sus abogados personales que al parecer también lo es de los hijos de Uribe, a quien el círculo íntimo del petrismo lo tiene ungido como candidato a fiscal general, porque de lo que se trata es de ratificar que, como fueron ellos quienes ganaron las elecciones, por eso pueden hacer lo que les venga en gana en el gobierno del cambio.
Andan muy equivocados. Con los jueces no se juega ni se les reta, mucho menos se les irrespeta o humilla desde la cúspide del poder. Quienes le hablan al oído sordo de Petro deberían aconsejarlo, sobre todo que no se deje tentar de los fantasmas de su pasado insurgente. Este litigio innecesario en los tiempos de la anhelada “paz total” puede resultarle muy costoso al Gobierno, que, como siga así, encontrará cerradas las puertas de todas las altas cortes. Soldado avisado no muere en guerra.
Adenda. Más que irresponsable y delictual la invitación del senador Miguel Uribe para que nuestro Congreso haga lo mismo que en el Perú, es una idiotez.