¿En manos de quién está la responsabilidad administrativa y política de nuestro sistema electoral? Lo pregunto porque daba grima la imagen que vimos el martes pasado que nos mostró al registrador nacional, Alexánder Vega; el ministro del Interior, Daniel Palacios; el presidente del desprestigiado Consejo Nacional Electoral, cuyo nombre desconozco, y una multitud de voceros de las distintas vertientes políticas dizque enterándose del desastre de lo que pasó en las elecciones del 13 de marzo, para finalmente tomar la decisión de no jalarle al esperpento de repetir el conteo de los votos para Senado, como lo pretenden Uribe, Duque, Fico y la derecha.
De razón pasó lo que pasó en las últimas elecciones. Al término de esa reunión que finalizó con la retractación de Vega de pedir la repetición del conteo en el Senado, el ministro Palacios destacó muy orgulloso que ninguno de los asistentes había vuelto a referirse al fraude, con lo cual asumió que este espinoso punto quedó despejado y que todo lo sucedido fue provocado por unos jurados mal preparados y quienes hicieron el primer conteo para Senado. Anda muy despistado Palacios si cree que la única forma del fraude electoral es alterar los resultados en los conteos o en los escrutinios. Decía el cura Camilo Torres: “El que escruta elige”, pero hay otras formas de perturbar un proceso electoral.
Para no ir muy lejos bastaría revisar los caminos que han seguido en esta campaña tanto Duque como el propio ministro Palacios. Me refiero a su tozuda actitud de actuar como candidatos y no como funcionarios, empeñados en refutar cada propuesta que lanzan Fajardo y Petro. La diferencia es que todo lo que diga Fico es soplado desde El Ubérrimo, el Centro Democrático y la Casa de Nari, así se empeñe en sostener la mentira de que él no es el que dijo Uribe.
Cuando un mandatario y sus ministros se convierten en contradictores de los candidatos opositores, allí no hay garantías electorales sino la más brutal interferencia oficial en la voluntad popular. Eso lo ignora el ministro Palacios o se hace el loco, y por eso el Gobierno es el causante de esta asfixiante polarización en la que Duque y su cuadrilla están dejando sumido al país.
Sorprende que interrogado Palacios en una entrevista radial no fuera capaz de responder. Los oyentes debieron quedarse con la sensación de que el funcionario no lo sabía, pero tengo el pálpito de que sí está enterado, solo que en este cuatrienio hay cosas de las que es mejor no hablar.
En efecto, el actual registrador fue hijo de un sofisticado mecanismo de selección que empezó por un examen de conocimientos en el que Vega no ocupó el primer lugar. Luego de esto vino una entrevista con los presidentes de la Corte Constitucional, Gloria Ortiz; la Corte Suprema, Álvaro García, y el Consejo de Estado, Lucy Jeannette Bermúdez, esta última en uso de buen retiro por vencimiento de su período, pero influyente asesora del presidente del Senado. En ese reportaje Vega trituró a sus contrincantes y obtuvo gran puntaje. Nada de eso sería extraño si no fuera porque Vega, como representante de la ONG Transparencia Electoral, se hizo acompañar a México y Washington de las doctoras Ortiz y Bermúdez a unos encuentros académicos, oportunidad que no tuvieron sus competidores. ¿Quién pagó todo esto?
Ese complejo sistema de selección no se limitó a ungir a Vega, fue apenas el inicio de un intercambio de favores que pasó por el intento fallido de nombrar como magistrado en el Consejo de Estado a quien hoy despacha desde una delegada en la Procuraduría, seguramente alimentando su vieja ilusión de convertirse en togado de la jurisdicción contencioso-administrativa.
Es la sórdida herencia del cartel de la toga, recientemente reforzado con varios alfiles cercanos a la otrora magistrada Ruth Marina Díaz que hoy deambulan en los pasillos del Palacio de Justicia.
La consecuencia obligada de este enredo armado bajo el reinado del registrador debería ser su renuncia. Pero no, estamos hablando de Vega.
Adenda. Francia Márquez no fue prudente en sus primeras declaraciones, pero francamente se ve desproporcionado e inusual que el expresidente Gaviria haya armado semejante berrinche solo porque le dijeron neoliberal y que “es más de lo mismo”. Antes lo han tratado igual un millón de veces sin que se molestara. Sonó a coartada.