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Por supuesto que la actitud del mandatario venezolano de llamar a un general colombiano a preguntarle así fuera la hora, no fue amable, ni inteligente, pero ello no justificaba tan desbordada reacción del presidente Uribe. Lo que quedó demostrado fue que el Gobierno estaba al acecho de una oportunidad, para dar un portazo a Chávez y a su accidentada gestión humanitaria.
Resultó insultante la explicación oficial de que por cuenta de esa llamada de Chávez se puso en grave riesgo la política de seguridad democrática. Si eso en verdad hubiese sido de semejante tamaño, Colombia además de ponerle fin a la intermediación chavista, al menos tendría que haber considerado la ruptura de relaciones con Venezuela.
¿Será que es tan frágil la seguridad democrática que un telefonazo la pone a tambalear? ¿De qué manera se debilitó con la llamada de Chávez? Nadie sabe, el Gobierno no lo ha dicho, ni lo dirá, sencillamente porque nada preocupante le pasó al país con esa llamada, salvo la pataleta de Uribe cuando sintió que Chávez le estaba robando protagonismo.
Recientemente se han visto sucesos más peligrosos para la seguridad nacional que el de la llamada de marras, algunos de ellos propiciados por la Casa de Nariño, como el de la liberación de Rodrigo Granda a cambio de nada, sólo para complacer al presidente francés, quien todavía no nos ha dicho cuál fue el fin de tan extraña excarcelación. Entonces no hubo rabietas, como tampoco las ha habido frente a la noticia no controvertida públicamente por el Gobierno, según la cual el guerrillero Iván Márquez -el mismo que fue recibido con honores en el Palacio de Miraflores en Caracas-, está protegido en territorio venezolano. No puede ser más delicado que Chávez llame a un militar colombiano a preguntarle por el número de secuestrados, a que tolere que en su territorio escampen guerrilleros.
Bien hubiera podido el presidente Uribe, llamar también a su homólogo venezolano, no sólo para suministrarle la inofensiva información de cuántos son los secuestrados, sino inclusive para protestarle por la imprudencia de llamar a uno de nuestros altos oficiales. De esa manera Chávez habría comprendido de una vez por todas que su estrategia de intentar hablar directamente con nuestros soldados, no le daría resultados, y habría tenido que terminar lo iniciado. No hubo cabeza fría, el presidente Uribe prefiere el tremendismo, en últimas es lo que lo mantiene punteando en las encuestas y acariciando su reelección.
Las voces inflamadas que aplauden la decisión presidencial de ponerle fin a la única cosa que estaba ocurriendo para liberar a los secuestrados -que no prisioneros- de las Farc, han coincidido en que era necesario defender la soberanía nacional. En otras palabras, vuelve y juega el patrioterismo como sustento de las volcánicas reacciones de un presidente visceral. Con razón Bernard Shaw dijo que "Nunca habrá un mundo tranquilo a menos que extirpemos el patriotismo de la raza humana".
No le demos más vueltas, Uribe estaba incómodo teniendo que compartir con Chávez el probable éxito de liberar a los secuestrados, por eso cuando llegó la malhadada llamada armó una tempestad en un vaso de agua. Ahora en la Casa de Nariño creen que todo ha vuelto a la normalidad, porque de nuevo el Comisionado de Paz, por orden del mesías, anunció que en adelante, será él y sólo él, el responsable del intercambio humanitario. Era eso lo que importaba al Gobierno, jamás el dolor de muchas familias ni la suerte de los secuestrados, que seguirán pudriéndose en la selva, a menos que terminen acribillados en el fuego cruzado de otro rescate militar.
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Adenda.- Algo raro está pasando en la contratación de la Dirección Ejecutiva de la Rama Judicial. Cada día se ve más confusa la tarea de su actual director, Juan Carlos Yepes Alzate. Tema de otra columna.
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