NO ES TAREA FÁCIL DEFINIR CUÁLES podrían ser los perfiles que identifican a la generación de quienes se asoman a los 30 años y ya figuran con fuerza en los medios y escenarios públicos.
Notas de Buhardilla
Tampoco es sencillo adivinar quiénes están llamados a ser escogidos como símbolos de su tiempo, porque toda selección puede terminar siendo odiosa, tanto por las inevitables preferencias como por los olvidos.
Dejando de lado a los yupis que ambicionan volverse ricos de la noche a la mañana, creo que en el momento actual dos personas de esa generación treintañera ocupan la atención al menos de los medios: Simón Gaviria y Mónica Roa.
Simón Gaviria es sobre todo un delfín que se preocupó de obtener títulos académicos, tanto en Colombia como en los Estados Unidos, lo cual lo hace diferente de uno que otro de esos mantenidos hijos de ciertos expresidentes que han vivido del cuento y echando cuentos. Ese perfil permitía vaticinar un recorrido por fuera de los avatares de la politiquería colombiana. Pero como dicen, le picó el diablillo de la política, y se vino a meterse de lleno en un oficio en el que cada día se necesita saber menos cosas para ejercerlo.
Gaviria irrumpió fácilmente en la política, se hizo primero representante a la Cámara por el movimiento político que lideraba el exalcalde Peñalosa, luego se trasteó al liberalismo, donde con sus amigos hoy define la suerte de un partido que anda radiante por haber logrado el nombramiento en la Defensoría del Pueblo de un liberal desteñido y oportunista como Jorge Otálora, a cambio de votar otra vez por la inmoral reelección del corrupto Alejandro Ordóñez.
Reconozco en Gaviria a un aventajado conocedor de la minucia politiquera. No hay edil, concejal, representante a la Cámara, senador, alcalde o gobernador al que este novel político no le conozca su entorno, su última votación, y todos esos detalles que a algunos nos parecen menores, pero que hicieron presidente a alguien tan controvertido como Julio César Turbay.
Pero cuando le llegó el cuarto de hora a Gaviria de tomar posturas radicales, demostró que todavía no está listo para las grandes ligas. Su actuación accidentada en la reforma de la justicia y ahora su no disimulada simpatía por el procurador, han mostrado que detrás de este joven no crece un estadista, sino un politiquero más.
Mónica Roa es la otra cara de la moneda. Exitosa, valiente y firme, a su temprana edad, con un conjunto de valerosas mujeres ha conformado un equipo de defensoras de su género y de los derechos humanos que ha contribuido a sacudir el anquilosamiento y a darles importancia a las ideas.
Que esta mujer haya conseguido que la Corte Constitucional finalmente le entregara al país al menos tres opciones para permitir el aborto y que haya arrodillado la soberbia y el oscurantismo del ayatola, Alejandro Ordóñez —perdón con los ayatolas—, es una luz de esperanza que nos indica que no todo está perdido y que hay todavía madera sobre la cual edificar los cimientos de una nueva sociedad, pluralista, contestataria y libre.
Mónica no es heredera política de nada, apenas es una mujer corriente que no tiene el respaldo de un solo partido ni de una organización política, jamás hace tertulia con Ordóñez ni su temible aquelarre de brujas, pero ha logrado merecidamente la audacia de convertirse en emblema de su generación, por lo que ha hecho y por lo que ha dejado de hacer, pero, sobre todo, porque no ha renunciado a sus ideales ni siquiera ante el acoso judicial de quienes creyeron que a esta jovencita irreverente la iban a silenciar.
El país del mañana está en manos de personas como Gaviria y Roa. Yo le apuesto a Mónica y a las de su entorno, porque allí hay porvenir. Ya veremos si Simoncito endereza el camino.
Adenda. Si José Obdulio mintió en público como columnista, fácil resulta imaginar de lo que fue capaz en privado como asesor del siniestro mesías.
