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En Colombia, gracias en parte al trabajo de las economistas feministas, hemos empezado a abrir conversaciones sobre el “cuidado”: ese conjunto de actividades —casi siempre realizadas por mujeres— que sostienen la vida, los hogares y, en últimas, la economía. Que hoy exista un lenguaje para hablar de ello ya es un avance. Pero falta dar un paso más: reconocer el cuidado como un trabajo.
Nombrar el cuidado como un trabajo abre la puerta a discusiones profundas y necesarias. No solo sobre cómo reconocerlo, redistribuirlo y remunerarlo, sino también sobre el papel que puede desempeñar el cuidado en la economía del futuro. Una economía que, frente al avance de la automatización y la inteligencia artificial, generará cada vez menos empleos.
Por eso la pregunta ¿en qué vamos a trabajar? empieza a rondar cada vez más entre personas del gobierno, la academia y la calle. Como solución, gobiernos, académicos y empresas hablan de crear empleos verdes y empleos en las industrias digitales; pero quizás deberíamos hablar también del rol que pueden tener los empleos asociados a la economía del cuidado. Estos son empleos que siempre se han necesitado y que siempre se van a necesitar, porque por más tecnología que exista, seguiremos necesitando personas que nos alimenten, que protejan nuestra salud, y que cuiden no solo a nuestros niños, enfermos y adultos mayores, sino también, a nuestros parques, bosques y animales.
El cuidado es una constante en nuestras vidas, y, por tanto, es una constante en la economía. Lo contradictorio es que la sociedad moderna —y profundamente desigual— le ha asignado a este trabajo un valor cercano a cero, especialmente cuando lo realizan mujeres. Por ello se podría decir que estamos ante un patriarcado del salario: muchos trabajos de cuidado no son remunerados, y cuando lo son, los hombres que los desempeñan suelen recibir mayores ingresos que las mujeres, como ocurre con enfermeros, cocineros o sobanderos.
De ahí que el trabajo de cuidado, además de estar feminizado, esté precarizado; una precarización en la que se alojan desigualdades. Así lo señala Ana Bolena Rodríguez, lideresa comunitaria de Buenaventura, recalcando cómo con el trabajo de cuidado vienen varias cargas: el cansancio, el desgaste físico y emocional, la exclusión de oportunidades laborales. Estas desigualdades se profundizan cuando miramos desde una perspectiva étnica y territorial. En comunidades negras y rurales, como las del Pacífico colombiano, el cuidado no solo recae desproporcionadamente sobre las mujeres, sino que se realiza en contextos de pobreza estructural, racismo institucional y ausencia de garantías mínimas por parte del Estado. Para las mujeres negras de zonas rurales, estas cargas se agravan por la dificultad de acceso a servicios básicos, salud mental, transporte digno y espacios seguros. Esto nos ayuda a concluir que no todas las mujeres cuidan desde el mismo lugar, con las mismas condiciones ni con las mismas oportunidades.
En algunos casos, las desigualdades alrededor del cuidado son tan agudas, que pasamos a hablar de violencias. Como lo resalta Natalia Escobar, directora de proyectos del Observatorio para la Equidad de las Mujeres (OEM) de la Universidad Icesi y Fundación WWB, la primera violencia asociada al trabajo de cuidado es la psicológica, y a esta le sigue la violencia económica.
Precisamente por estas violencias y desigualdades, muchas mujeres, sobre todo en condiciones de vulnerabilidad económica, no tienen la opción de no asumir las cargas del cuidado. Así lo concluye Camila Ronderos, directora ejecutiva de la Fundación Keralty: “el problema no es solo la feminización del trabajo de cuidado, sino la obligatoriedad de la feminización del cuidado cuando no se tiene otra opción, y la falta de conciencia de que es un deber de todos, en comunidad”. Esto evidencia, una vez más, como las diferentes desigualdades (en este caso, económicas y de género) se entrecruzan y refuerzan entre sí.
Si el trabajo de cuidado va a tener un rol en la economía del futuro, debemos pensar en cómo reducir estas desigualdades. Y para ello, es clave partir de un cambio de narrativa. A esto nos invita Jennifer Marsiglia Pastrana, fundadora de la Corporación Sabores & Saberes del Atlántico: “debemos pensar el cuidado no desde la narrativa de carencia o de sacrificio, sino desde una narrativa de poder; porque el cuidado es poderoso. El cuidado es poder”.
¿Cómo trasladamos ese poder también a la economía? Según el DANE (2021), los trabajos de cuidado —pagos y no pagos— representan el 20 % del PIB. Es decir, después del comercio, el cuidado es el sector más importante de nuestra economía. Esta cifra evidencia que el trabajo del cuidado atraviesa y sostiene cada una de las actividades diarias y económicas en las que estamos involucrados.
Y, al ser transversal, es un trabajo que debe realizarse en corresponsabilidad. Es decir, así como todos (sin importar nuestro rol o nivel social) nos beneficiamos del cuidado, también, todos debemos cuidar: mujeres y hombres, hogares y comunidades, empresas y Estado. Esto implica otro cambio de narrativa: desasociar el cuidado de un trabajo que se hace por amor y que nos tocó a las mujeres, a un trabajo que se hace por elección y que todos podemos no solo realizar, sino realizar de forma justa. Por esto mismo, pensar el cuidado como un trabajo para el futuro implica “plantear el cuidado desde sus diversidades; un debate que apenas se está construyendo”, como concluye Natalia Moreno, directora de Cuidado del Ministerio de la Igualdad y Equidad.
En últimas, si cuidar ya sostiene la vida, también puede ayudar a sostener la economía del futuro. Pero para ello es necesario reconocerlo, redistribuirlo y remunerarlo como lo que es: un trabajo esencial para construir una economía más justa.
Esta reflexión surge inspirado en un Diálogo para la Acción en el que cinco mujeres de distintos territorios, saberes y trayectorias que reimaginaron el cuidado como motor de transformación para Colombia. Ojalá este Día del Trabajo sirva para visibilizar el trabajo que no se ve, y las oportunidades que podríamos ver, tanto en el mercado laboral, como en la economía.
Autores: Allison Benson y Cristian Gil, Reimaginemos
Con la participación de:
● Natalia Escobar, directora de proyectos del Observatorio para la Equidad de las Mujeres (OEM) de la Universidad Icesi y Fundación WWB
● Ana Bolena Rodríguez, activista y directora de la Fundación Asesorarte, Buenaventura
● Jennifer Marsiglia Pastrana, fundadora de la Corporación Sabores & Saberes, Atlántico
● Camila Ronderos Bernal, directora Ejecutiva de la Fundación Keralty
● Natalia Moreno, directora de Cuidado, Ministerio de la Igualdad y Equidad
