Se avecina una nueva COP, la COP 30 de cambio climático, cuyo eje de discusión será la inevitable transición de los combustibles fósiles a las energías renovables. Más allá de las discusiones diplomáticas y técnicas que se den en este espacio global, vale la pena preguntarnos: ¿Qué deberíamos estar pensando y haciendo en Colombia de cara a este cambio que ya viene?
Una de las discusiones clave es cómo pensar la transición, no desde afuera, sino desde adentro. Es decir, pensar una transición hecha en Colombia, que se ajuste a nuestras realidades y potencialidades, entendiendo que para ello necesitamos pensar, no en una, sino en varias transiciones, pues la transición energética requiere también de una transición cultural, económica y fiscal. Y esto nos permite entender que la conversación sobre la transición energética no es una conversación de diplomáticos, ni de ingenieros, ni de grandes empresas extranjeras. Es una conversación que nos involucra a todos, porque requiere generar nuevas relaciones con la energía: desde cómo se produce, hasta cómo se consume, pasando por cómo se regula y cómo se grava.
Por ejemplo, la transición energética es una transición cultural porque requiere un cambio en la manera como entendemos el desarrollo y el consumo. Algunos piensan que la transición energética significa pasar del hiperconsumo fósil, al hiperconsumo verde. Pero la realidad es que ninguna fuente de energía va a ser suficiente para el ritmo de consumo material que la cultura actual nos está vendiendo.
La transición es también cultural porque requiere transformar la identidad de varios de nuestros territorios. En regiones como La Guajira, Cesar, Arauca o Meta, décadas de proyectos de explotación de petróleo y carbón, han marcado no solo las relaciones laborales, económicas y sociales, sino también, la visión de lo que es posible ser. “Ajá, ¿y yo con qué como si no es con la plata de la minería?”, se preguntan los trabajadores de regiones que han dependido por décadas de estas actividades, como lo señala Jennifer Medina, artista monteriana, quien investiga estas dinámicas desde la visión de los derechos humanos y la biocultura. Esto nos muestra que el reto no es solo definir qué tipo de nuevos trabajos se van a crear, sino también cuál es la nueva identidad que los territorios, sus comunidades y trabajadores, quieren construir.
La transición energética es también una transición económica. En primer lugar, porque requiere transitar hacia una economía más diversa, para que el 20 % de los ingresos fiscales y el 40 % de las exportaciones desde Colombia que vienen actualmente de los fósiles, empiecen a generarse desde varios otros sectores. Esta no es una tarea fácil, ni inmediata, pero sí necesaria.
La transición económica implica también pensar nuevos modelos de propiedad y producción, y es una oportunidad para que nuevos actores entren al sector y puedan ser un actor competitivo. “Ya no vamos a hablar de un par de megaproyectos eléctricos, sino de miles de proyectos pequeños”, señala Ricardo Álvarez, CEO de Wepower, startup que desarrolla minigranjas solares y comunidades energéticas. Esto abre la oportunidad para que muchos colombianos se beneficien de un sector económico que atraviesa a todos los demás sectores. Álvarez nos recuerda que se estima que la inversión que llegará a Colombia para energías renovables durante los próximos 10 años, será mayor que lo que se invirtió en las 4G, el proyecto de infraestructura más grande que ha existido en el país. Ante este escenario, la pregunta es: ¿quiénes se van a beneficiar de estas inversiones? ¿Vamos a dejar de nuevo la producción de energía en unas pocas manos o estamos listos para pensar nuevos modelos de negocio que involucren y beneficien a más personas?
Responder a esta pregunta permite pensar, por ejemplo, en modelos de economía solidaria y comunitaria, como pueden llegar a serlo (si son bien manejadas) las “comunidades energéticas” que ya resuenan en el país. Apuestas como estas permitirán a las personas transitar de ser consumidores a ser prosumidores (a la vez productores y consumidores), con los nuevos riesgos, pero también con las nuevas ganancias que ello implica. Alternativas como esta nos pueden ayudar a “reparar las huellas socioambientales y laborales del extractivismo y reconocer los saberes comunitarios y ancestrales como centro de las soluciones”, concluye Jeanny Sánchez, antropóloga e investigadora del Semillero de Transición Energética Justa de Unimagdalena.
Construir nuevas economías requiere también entender y vincular a las comunidades “como socios de los grandes proyectos energéticos, y no como meros beneficiarios o tramitadores de consultas previas”, señala Karmen Ramírez, lideresa Wayuu y congresista. Karmen lleva años luchando contra las vulneraciones ambientales y de derechos humanos que han traído las economías extractivas a nuestro país, y que demuestran el costo de los errores que no podemos volver a cometer con las renovables.
Cambios como los anteriores deben ir de la mano con otra transición: la fiscal. Colombia debe reorganizar sus finanzas públicas ante la caída de ingresos que vienen del petróleo y del carbón. “Y esta es una discusión que involucra a todos los gobiernos del país, porque hasta los municipios no productores usan hoy la plata de las regalías para financiar proyectos de salud, educación y vías”, resalta Brigitte Castañeda, ingeniera de petróleos y PhD en Economía, investigadora asociada al Centro de Objetivos de Desarrollo Sostenible de Uniandes.
En últimas, estas grandes transiciones requieren inversión, decisión y gestión para poderlas materializar. “La geología ya decidió. Los fósiles se están acabando, y la transición se va a dar. El reto es si hacemos la transición por desastre o por diseño”, señala Adrián Correa, PhD en Energía y exdirector de la Unidad de Planeación Minero Energética - UPME. Tenemos entonces la oportunidad de pasar de los diálogos a la acción, para reconocer los retos, pero también las posibilidades que trae la transición energética, incluyendo la posibilidad de reimaginar nuevas economías que sean menos extractivas y menos desiguales. Colombia no puede darse el lujo de esperar a que otros pongan las reglas de una nueva economía. La transición energética hecha en Colombia debe avanzar ya.
Coautores[AB1] : Allison Benson, PhD, Directora de Remaginemos; Cristian Gil, Director Creativo del centro de investigación comunitaria Acción Pública.
Con la participación de:
- ● Karmen Ramírez: Indígena wayuu y representante a la Cámara
- ● Jennifer Medina: Artista monteriana, experta en DDHH y biocultura
- ● Ricardo Álvarez: Ingeniero y CEO de WePower
- ● Brigitte Castañeda: Economista (Ph.D.) e ingeniera de petróleos, afiliada al Centro de los ODS (CODS) de la Universidad de Los Andes.
- Adrián Correa: Ingeniero electricista, PhD en Energía. Exdirector de la UPME
- ● Jeannie Sánchez: Antropóloga, coordinadora del Laboratorio Territorial de Ciencias y Artes para la Transición Energética Justa (LabTeca) del Semillero de Transición Energética Justa de Unimagdalena.