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Hay derrotas que duelen más que otras. No por el marcador ni por lo que hace el rival, sino por esa sensación de haber tenido todo para ganar y, sin embargo, ver cómo el título se escurre entre los dedos. Le acaba de pasar a la selección femenina de Colombia, un equipo lleno de valentía, carácter y orgullo que se quedó, otra vez, acariciando la gloria. Y entonces surge la pregunta incómoda: ¿por qué nos pasa tan seguido? ¿Por qué ese “casi” se ha vuelto una constante que nos persigue?
Lo vimos también con la selección masculina en la Copa América del 2024, con la sub-20 y la sub-17 en los Suramericanos de este año, y ahora con estas mujeres admirables que merecían mucho más. Siempre damos pelea, siempre llegamos lejos, siempre nos emocionamos… pero al momento de alzar la copa, algo invisible parece faltar.
Hay, sin duda, una evolución enorme. Con la conducción de Ángelo Marsiglia, este equipo encontró un funcionamiento sólido y liberador. Y dentro del campo sobresale un núcleo líder que sostiene todo: Mayra Ramírez como gladiadora implacable, Linda Caicedo como estrella precoz y desequilibrante, Leicy Santos como mente lúcida y guía silenciosa, y una arquera, Katherine Tapias, que responde en los momentos decisivos.
El grupo tiene talento, preparación física, orden táctico y una rebeldía conmovedora frente a un sistema que muchas veces les ha dado la espalda. Estar en esa instancia no es fruto del azar; es el resultado del esfuerzo y el carácter.
¿Entonces qué nos pasa cuando llega el instante supremo? Los penales, con su carga de tensión extrema, se han vuelto un espejo doloroso. En la Copa América Masculina de 1993 quedamos eliminados por Argentina desde los once pasos en una definición que todavía nos pesa. En el Mundial de Rusia 2018, Inglaterra volvió a quitarnos el sueño mundialista del mismo modo. No son una ruleta: exigen técnica, decisión, coraje interior y una mente que no tiemble. Y si casi siempre perdemos en ese territorio, algo tenemos que revisar.
¿Será un asunto mental? ¿Una carencia estructural en la preparación emocional de nuestros deportistas? ¿Un rasgo cultural? Escuchaba hace poco a alguien decir, con provocadora crudeza, que los países tropicales jamás serán potencia porque no han sido obligados históricamente a enfrentar condiciones límite, como sí lo han hecho quienes conviven con las estaciones más hostiles del planeta. ¿Podrá tener algo de cierto? ¿Nos falta esa dureza competitiva que se construye no sobre el talento, sino sobre el temple?
Tal vez ha llegado la hora —sobre todo si queremos dar el salto definitivo— de invertir tanto en la cabeza como en las piernas; de trabajar lo psicológico con el mismo rigor con que se fortalece lo físico y lo táctico. Esta selección merece un título, porque lo entregó todo. No obstante, quizá deberíamos dejar de romantizar el “casi” y animarnos, sin excusas, a mirar de frente lo que nos hace falta para, de una vez por todas, dejar de ser admirables… y empezar a ser campeonas.
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