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En Don de Lenguas, un programa televisivo de opinión, una señora, de nombre Gloria Amparo, preguntó por qué en Colombia no ha llegado una mujer a la presidencia de la república.
El escritor Memo Ánjel contestó: “Porque ser presidente no vale la pena en este país”. Hubo risotadas del público presente en el estudio y seguro entre los televidentes. El asunto puede ir más lejos.
En Colombia, los presidentes han sido títeres. O peleles. Han estado al servicio de un poder en la sombra, que aquí, para no ir tan allá, ha sido el de terratenientes, industriales (cuando había), grupos financieros, transnacionales y Washington. Saltonamente, se puede decir, por ejemplo, que Marco Fidel Suárez, el que entregó el petróleo colombiano al magnate Rockefeller, tuvo a Estados Unidos como su norte en política exterior. Y, de contera, fue manejado como una marioneta por sus padrinos bogotanos, como Caro y compañía. Abadía Méndez se prosternó ante la United Fruit Company. Y así cualquiera que se referencie.
En un país “presidencialista” como el nuestro (¿ah, sí será nuestro?), hemos tenido mandatarios aterradores, como Laureano Gómez, y fraudulentos como Misael Pastrana, que llegó al poder tras el fraude electoral cometido por el gobierno de Lleras Restrepo contra el exdictador Rojas Pinilla. Se recuerda que por ese asalto comicial surgió el grupo guerrillero M-19, al que algunos guasones consideraron, no sin cierta sorna, como boy scouts de la insurgencia. Y qué tal César Gaviria, ahora jefe de debate y propaganda de Santos, el de la desgraciada apertura económica que quebró a centenares de empresarios nacionales.
Pero, al parecer, para algunos ser presidente sí vale la pena (y la vergüenza), como ocurrió con Uribe, que se perfiló como un enardecido y ebrio por el poder. ¿Y de quién fue marioneta, aparte del gobierno de Bush, al que respaldó en su invasión a Irak? No faltan quienes lo muestren, sobre todo en caricaturas y dibujitos de redes sociales, como un muñeco de los paramilitares, aquellos que entronizaron en el país el uso de la motosierra y el juego de fútbol con cabezas de sus víctimas.
Pero a su vez, aquel que cambió el “articulito” constitucional para ser reelegido, que repartió notarías, escandalizó con los Teodolindos y las Yidis al país, que además fue “padrino” del actual presidente-candidato, y este a su vez su ministro de Defensa, que todo vale a la hora de reparticiones del Estado y el ejercicio politiquero, digo que aquel es ahora el titiritero. Su candidato (algunos advierten que se parece a un muñeco de ventrílocuo) ganó la primera vuelta. Pero más que un marionetista lo que parece el antiguo huésped de la “Casa de Nari” es un director de gran guiñol. Huy, qué susto.
¡Y alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedra lumbre, sobre la podredumbre!, como en el Señor Presidente, de Asturias. El candidato-presidente Santos no es más que otro figurín. Una especie de maniquí para lucir las bellezas, según él y sus adláteres, del libre comercio, del marchitamiento de la salud pública y de la inequidad social.
Cómo serán las miserias y otras atrocidades, que la abstención electoral volvió a ser la ganadora de una jornada en la que, según algunos, se desperdició, por ejemplo, la oportunidad de llevar a una mujer (¿cuál de las dos?) a la presidencia. Hubo, eso sí, una opción clara para jugársela por ella. Y en este sentido, se advierte que el pueblo (o lo que como tal denominan políticos y periodistas) sigue fragmentado, aturdido y no deja de ser, en gorda proporción, un rebaño que permite ser conducido con apacibilidad al matadero.
El domingo, a la hora del ocaso, me acordé de Tarde de verano, un poema del Tuerto López (que no era tuerto sino bizco y, por lo demás, un mamagallista exquisito) en el que se duele por el “manso pueblo intonso, pueblo asnal”. Y también de Miguel Hernández, cuando en sus Vientos del pueblo, dice que “los bueyes doblan la frente / impotentemente mansa / delante de los castigos”. ¿Acaso somos un pueblo de bueyes? Quizá ya nos castraron y no nos dimos cuenta.
