El presidente Duque, medio camuflado y con poca exposición, vino a Medellín a los actos de inauguración del metrocable del Picacho. Hasta piedras volaron contra la “góndola” donde iba montado. Y con certeza tuvo que haber escuchado los gritos de “¡Asesino, asesino!”, aparte de los madrazos, que una suerte de espontáneo comité de recepción entonaba con ardor. Ese mismo grito, que se ha repetido contra presidentes en la historia de Colombia de los últimos cincuenta años, también brotó tras la masacre de estudiantes de la Universidad del Valle, el 26 de febrero de 1971.
“¡Pastrana asesino!” se coreaba en todo el país, cuando estalló en 1971 el movimiento estudiantil más importante de la historia de Colombia. Hay que recordar que Misael Pastrana Borrero había obtenido la presidencia tras un escandaloso fraude electoral en 1970. Los toques de queda y el estado de sitio eran permanentes un país en el que las expresiones de protesta contra el gobierno no solo eran de los estudiantes, sino de obreros y campesinos.
Nuestra historia, digamos la más reciente, parece una repetición de acontecimientos. Una fotocopia. Los estudiantes masacrados en Cali en 1971 (antes, hubo, claro, otros estudiantes asesinados por fuerzas del Estado, desde los tiempos de la masacre de las bananeras, la dictadura de Rojas Pinilla, la “pacificación” de Guillermo León Valencia…) marcaron un sendero de sangre que ha sido regado por nuevas muertes de manifestantes de parte de la represión oficial.
Así que la designación de “¡asesino!” para presidentes de este “platanal” es de vieja data, aunque en este gobierno, el de Duque, se ha acentuado. Los muertos durante el paro nacional (además de los desaparecidos) que comenzó el pasado 28 de abril, alimentan la indignación y el repudio masivo contra este mandato, continuación de los anteriores, aunque, como se puede ver, los predecesores no alcanzaron cotas tan altas de impopularidad como las de este funcionario, que da la impresión de insensibilidad y apatía ante el horripilante panorama de desventuras que padece la mayoría de gente.
En una carta abierta de un colectivo de escritores vallecaucanos y del Pacífico, se le pregunta al presidente que si ha llorado “por los niños que usted está dejando huérfanos” y le envían “energía positiva, para que su mente elimine la maldad que su mentor le ha inculcado”. Y le recuerdan que “como en otros casos —al momento de judicializarlo a usted— los malvados que lo manipulan, lo dejarán solo”.
También en Cali, donde se han concentrado las mayores protestas contra el gobierno en este paro nacional, le espetaron al presidente una frase demoledora: “Pedimos salud, una mejor educación y usted nos está matando. No tiene perdón, no tiene perdón”. Por eso, por donde Duque vaya escuchará el señalamiento de madres y viudas, de huérfanos y otros familiares de las víctimas, además de todos los que lo ven como una especie de desalmado, cuya alma hace rato se la vendió al diablo: “¡Asesino!”.
Cuando, en general, la costumbre (mala costumbre) de muchos periodistas, que más parecen empleados de la Casa de Nariño y turiferarios a sueldo, es la de la zalamería con el poder, una reportera de Hoy Noticias, de Cali, María del Pilar Aguilar, le “cantó la tabla” a Álvaro Uribe. “No es posible que mientras en nuestra ciudad estamos buscando diálogos, militantes de su partido, nos estén señalando, nos estén estigmatizando y le estén colgando la lápida a los manifestantes que están en la calle”.
Se refería en particular a María Fernanda Cabal y Christian Garcés, del Centro Democrático, especializados en macartizar y tergiversar a los movimientos populares, sus luchas y sus peticiones. A la vez, la comunicadora denunció las hostilidades oficiales contra jóvenes y contra las mujeres “que están siendo sacadas de sus casas y están siendo apuntadas con las armas del Estado”.
Colombia es un país de acumulaciones y aplazamientos. De acumulación de los problemas que, con mejores gobernantes, se hubieran podido ir resolviendo con el ataque a fondo de las causas de la inequidad y otros desastres. Se aplazan las soluciones con discursos demagógicos, con promesas incumplidas, con respuestas vanas que afectan más a los humillados y ofendidos, sin ir a la esencia y origen de las dificultades.
Y, de otro lado, los presidenticos se han tirado la pelota, han culpado a los predecesores, y montado cada uno su tenderete para cubrir y favorecer a sus allegados y conmilitones. Pero a todos, digamos en los últimos cincuenta años, les cabe un alto grado de culpabilidad por las calamidades que sufren los afrentados.
Cuando nos devolvemos cincuenta años da la impresión de que esas historias son similares a las de ahora, con diferencia de matices. Seguimos siendo un país dependiente, con unos gobernantes cipayos, cuyas actuaciones, vergonzosas y antipopulares, se mantienen hasta hoy. Así que no es raro que se siga escuchando el grito de “¡asesino!, ¡asesino!”. Ayer a Pastrana, hoy para Duque.