Para Leonard Cohen (otro cantautor al que la Academia Sueca le hubiera podido otorgar el Nobel de Literatura), el premio para Bob Dylan es apenas un detalle, además de una obviedad.
Y si, por ejemplo, una autora y compositora, poeta y escritora en todos los niveles, como la argentina María Elena Walsh estuviera viva, también pudiera ser una seria candidata al galardón, el mismo que hace años rechazó Jean Paul Sartre. ¿Y por qué no a Chico Buarque, poeta, cantor, dramaturgo, compositor y novelista?
Se armó la batahola porque el más cotizado palmarés del mundo en literatura se lo dieron a una suerte de rapsoda moderno que, pese a todo, suena mejor cantado por otros (pasa igual con los Beatles), como decir, por ejemplo, por Joan Báez.
Desde remotos tiempos se sabe que no solo la ficción es la literatura. Hay reportajes que parecen novelas. Antes de que la estupenda escritora (sí, escritora) Svetlana Alexiévich, se conociera en el orbe con el Nobel de Literatura gracias a sus reportajes, sonaba para el premio el periodista polaco Ryszard Kapuściński. A John Reed, digamos, se lo hubieran podido dar, porque sus reportajes (México insurgente, Diez días que estremecieron el mundo, entre otros) son como novelas.
Dylan es un poeta con guitarra. Escribe poemas para cantarse (es autor de una novela, Tarántula, de prosa experimental). Por estos días, han circulado algunas de sus letras, rodando por las redes, como Señores de la guerra (1963): “Vengan señores de la guerra, ustedes que fabrican todas las armas, ustedes que construyen mortíferos aviones, ustedes que fabrican todas las bombas (…) solo quiero que sepan que puedo verlos a través de sus máscaras”. Y los que poco o nada sabían sobre el juglar gringo, heredero de la Generación Beat, contemporáneo del hippismo y la bareta, comenzaron a escucharlo, que los premios sirven también para conocer y reconocer.
Tal vez el nobel al autor y compositor de Blowin’ In The Wind (que, más que en su voz, suena más atractivo por Peter, Paul y Mary) es un retorno a los orígenes. La poesía nació antes que la escritura. Para cantarse, para memorizarse, para ir por todos los caminos, como los que alguna vez recordara Atahualpa Yupanqui (“el hombre es tierra que anda”). La lira y la palabra iban de la mano.
Es el premio a un juglar con literatura cantada (el mismo día de su entronización murió otro bululú, uno que fue implacable contra los poderes: el Nobel de Literatura Darío Fo). Algunos raperos podrían aspirar al Nobel; los reguetoneros, jamás. Es, quizá, un espaldarazo a la música popular. O puede ser un retorno a la Edad Media, al mester de juglaría, a los que cantan contando. O cuentan cantando.
El caso es que con el nuevo exaltado por la Academia Sueca, se dejó venir una tanda de discursos: que la novela está en crisis, que la ficción ya no pega, que la poesía sin acompañamiento no gana adeptos. Y así hasta el infinito. Y los chistes abundaron, como el que Juan Luis Guerra ganó el Nobel de Química por sus “avances en el conocimiento de la bilirrubina” y el café lluvioso. Y que Philip Roth estaba recibiendo clases de guitarra a ver si el año entrante al menos se gana un Grammy.
Volvieron a los círculos literarios (que no es que abunden) las ocurrencias como que el Nobel se perdió a Jorge Luis Borges, o que por qué diablos se lo dieron al tabaquero Churchill y jamás a Proust, Joyce o Virginia Woolf. No faltaron las hipótesis de que, en estos días, de mercadeos y pura imagen, además de nuevos narcisismos, leer es una actividad prehistórica. Y por tanto, hay que tornar a la literatura para oír. Como es la de un trovador como Dylan.
Quizá el premio al hombre de la guitarra y la armónica puede provocar que muchos lectores (en rigor, no tantos, porque poco se lee en estos días de liviandad y dietas light) se interesen por las obras de Philip Roth, de Amos Oz, de Thomas Pynchon, que se están volviendo, como lo fue el autor de El Aleph, eternos candidatos al galardón sueco.
Bob Dylan, poeta de la canción, es considerado (por ejemplo, por la revista Rolling Stones) como el mejor autor de protesta de todos los tiempos. Durante la Guerra Fría fue un estandarte juvenil contra la invasión estadounidense a Vietnam. Él, como otros cantores que en el mundo son y han sido, sabe que no se puede “callar jamás de frente al crimen”. Pero ¿si da para Nobel de Literatura?