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Cuando en viejas vitrolas y radios, en emisoras y bares de esquina comienzan a sonar las canciones añejas y siempre renovadas de Guillermo Buitrago, es porque ha llegado el tiempo esperado, y hoy tan comercializado, desprovisto de magias y carente de “inocencias”. Diciembre, desde noviembre y antes, tiene arpegios de la guitarra y de las letras sonrientes (algunas tristes) en la voz nasal y sabrosa del llamado Juglar del Magdalena Grande.
Hijo de judía procedente de Curazao y de marinillo que había recalado en Ciénaga desde 1910, el que se convertirá en el primer gran trovador de esa geografía con sierra nevada, ríos, tren y bananeras, vio la luz en un pueblo cosmopolita, con masones y muchachas que ofrecían sus encantos, llegadas desde Francia y las Antillas, arquitecturas Art Nouveau y la presencia nefasta de la United Fruit Company. En 1920 vio la luz el llamado “jilguero de la Sierra”. El que después llenaría con su voz, su guitarra, su apuesta figura zarca y rubia, los espacios (incluidos los radiales) de la Zona y sus fronteras.
A Buitrago se debe la visibilización de los entonces anónimos compositores Rafael Escalona, Emiliano Zuleta, Luis Pitre, Tobías Enrique Pumarejo, Abel Antonio Villa, Chema Gómez. Divulgó los aires musicales del son, el paseo y el merengue, animó parrandas, se convirtió en ídolo popular, y ante la visión no solo de negocios de Toño Fuentes, en Cartagena, grabó los primeros éxitos que, con el tiempo, y tras su muerte a los veintinueve años, lo erigieron en un astro de lo que en aquellos tiempos aún no se denominaba como vallenato.
Fue un pionero en distintos ámbitos. Uno de ellos, los “jingles” o comerciales cantados, como los del Ron Motilón, Ron Añejo, Café Almendra Tropical y otras marcas, de los que ya poco se conoce la mayoría de ellos. En 1943, en Cartagena, grabó, en Emisoras Fuentes, sus primeras canciones, que hoy, como otras suyas, son símbolo de la música popular colombiana, en especial de la Costa atlántica: Compa Heliodoro y Las mujeres a mí no me quieren. Alguien decía que Buitrago, en otro de sus temas, ya se hacía una pregunta filosófica fundamental: “¿Cómo me compongo yo en el día de hoy?”.
Se dice que era un ser tímido, siempre muy bien vestido en sus presentaciones y parrandas, que tenía “ángel” o “duende” y una enorme capacidad para transmitir emociones a través de su voz y de su guitarra, y del acompañamiento del Mocho Rubio (perdió el antebrazo izquierdo en una explosión de pólvora) y Ángel Fontanilla, sus muchachos. También lo secundaron Los trovadores de Barú, dirigidos por José Barros. En solo cinco años de grabaciones, dejó un testamento, un legado que revive, en particular, a fin de año, sobre todo en Antioquia y Medellín.
Buitrago fue un precursor de lo que después, en América Latina, tendría la etiqueta de la nueva canción. Aquella que se encarga de mostrar otros aspectos de la realidad. La violencia desatada en el país, en particular tras el magnicidio de Gaitán y el Bogotazo, puso al pueblo liberal como carne de cañón y bajo todas las censuras y persecuciones. En Grito vagabundo (algunos atribuyen su autoría a Buenaventura Díaz y le quitan la carga política), hay toda una situación comprimida de aquellos tiempos aberrantes. El grito que quería pegar Buitrago y no lo permitían, porque era garantizarse la pena de muerte, era “¡Viva el partido liberal!” (bueno, lo que ya está muerto hace años por estas tierritas es el liberalismo).
Hizo canciones sobre el toque de queda y acerca de policías que, llegados desde el interior del país en esas jornadas sangrientas, también se “pusieron de ruana” a pueblos costeños. De ahí surgió, entre otros temas, La fiera de Pabayó. El circo, los brujos, la peste, las fiestas populares, el ron de vinola, la piña madura (estaba sobre un mueble en casa de un distinguido señor de Ciénaga), temas de amor y de despecho, sobre la inmoralidad (corrupción), como La vida es un relajo, y la insignia de fin de año como es La víspera de año nuevo, son parte de un necesario repertorio que revive en diciembre.
Buitrago, que también interpretó en sus primeras apariciones boleros y valses, tenía el influjo de música cubana, en especial de Matamoros. Su modo de tocar la guitarra era único e inimitable (aunque después surgieron decenas de imitadores). Pudo haber dicho Buitrago: “De mis imitadores serán mis defectos”.
Toño Fuentes decía que le había conseguido a Buitrago un contrato en Cuba para cantar con la Casino de la Playa. Parece que es más parte de una leyenda. A la muerte del cienaguero, Fuentes (que después trasladaría su empresa a Medellín), buscó un reemplazo y creó a Buitraguito (Julio César Sanjuán), a fin de seguir grabando.
Guillermo de Jesús Buitrago Henríquez, el de tantas leyendas (dicen que lo envenenaron por envidia, aunque su muerte la produjo la tuberculosis), resucita a fin de año y nos hace menos desasosegada la existencia
