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Sombrero de mago

Censores, manzanillos y un mural

Reinaldo Spitaletta
13 de septiembre de 2022 - 05:00 a. m.

Al no tener nada diferente que proponer frente al arte y la cultura, a ciertos políticos o, más bien, politiqueros, les asalta la ventolera de censurar obras artísticas, o caen en el “negacionismo” y otros cuenticos de inquisición de burdel, cuando no es que se quieren transformar en vándalos y amenazan con “grafitear” cuadros. No es nueva la deformación, pero cada tanto se presentan atentados, como las muy recientes amenazas del presidente del Senado de Colombia frente a un mural del Salón de la Constitución, en el Capitolio Nacional.

El autor de la ramplona propuesta de retirar el mural del pintor Ramón Vásquez, por “misógino”, “machista” y “además feísimo” es el clásico “manzanillo” Roy Barreras. Amenazó con echarle pintura blanca si, de “aquí a diciembre”, no se cambia. No sobra recordar que, según el Lexicón de colombianismos, de Gonzalo Cadavid Uribe, manzanillo es aquel “hombre sin moral, sin decoro, poseído de un alto concepto de su grandeza, virulento, cobarde y falaz que pone a su servicio toda la bajeza de los hombres y toda su falta de hombría de bien para sus fines siempre ­oscuros.

Llámase manzanillo porque sus frutos y su sombra, como los del árbol de ese nombre, son dañinos y venenosos”.

Seguro el “manzanillo” de marras es de los que les gustaría ponerle calzoncillos al David de Miguel Ángel, o proponer que, al menos si no se tapa, se le “rasure” el vello púbico al célebre cuadro “El origen del mundo”, de Courbet, censurado hace un tiempo por Facebook. Por supuesto, debe ignorar que “el arte no es un espejo para reflejar el mundo, sino un martillo con el que golpearlo”, como decía el poeta ruso Vladimir Maiakovski.

La pataleta del congresista frente al mural que representa una época, una mentalidad, otros imaginarios, y que no es posible medirlos con los raseros del presente, recuerda, digo, a otros politiqueros nacionales (solo para reducir el mapa de los censuradores). Actualizar murales y otras obras de arte no significa que haya que destruir los que ya están. Se puede invitar a otros artistas a que referencien las nuevas realidades históricas del país, sin requerir borrar el pasado.

El mural de Ramón Vásquez, que a cualquiera le puede parecer “feísimo”, a otros “bonito”, o “inmundo”, o una obra de “gran factura”, en fin, da cuenta de una época, de un momento histórico, de unos acontecimientos y mentalidades que sirven hoy como fuente de estudio, como otra manera de proporcionarnos elementos para el análisis y la crítica de una sociedad, de un tiempo. Así que se vuelve documento. Las obras artísticas no son para alimentar moralismos y otras hipocresías.

Podemos recordar cómo a artistas como Débora Arango, Carlos Correa, Pedro Nel Gómez e Ignacio Gómez Jaramillo, entre otros, se les proscribió y se les impusieron censuras y otros grilletes, y entre los calificativos que les endilgaban algunos patanes politiqueros estaban los de pinturas “feísimas”, o no aptas para católicos. En Medellín, en la sala del viejo Concejo y en el de la Asamblea, se mandaron a cubrir con telas negras algunos murales y frescos.

Débora Arango, que escandalizó una sociedad pacata y de dobleces, se echó encima las diatribas de Laureano Gómez, las censuras franquistas, las rabietas moraloides de obispos… Las señoras de las ligas de la decencia trataron sus obras —y a la artista misma— de “impúdica”, “inmoral”, “desvergonzada”, “pornográfica”, y los estetas o seudocríticos decían que tenía una “técnica incorrecta”. Pintaba desnudos femeninos, se burlaba del poder, mostraba aspectos de la violencia, y su obra, para los tartufos, era “feísima”.

Las pinturas, como las del antioqueño Vásquez (nos gusten o no), son a su vez fuente para historiadores, para otros profesionales de las ciencias sociales y humanas. Y dan cuenta de un momento de la historia, que no hay que borrar. Al contrario, hay que estudiarlas y observarlas desde perspectivas estéticas, semiológicas, sociales, en fin, pero no es tapándolas como se puede avanzar en los “procesos de cambio”. Y menos aún, rayándolas o arrojándoles pinturas, como sucedió, hace años, con un fresco del maestro Pedro Nel Gómez en la Universidad de Antioquia.

Más que un acto de cultura, suprimir un mural es un atentado, una demostración de censura. El pasado hay que resignificarlo, pero con estudio, investigación, con la promoción de las artes, las ciencias, la educación. No con amenazas de censura y vandalismo, como son las intenciones, o, de otra manera, las amenazas, del desaforado senador.

Los mensajes de cambio deben basarse, más que en amenazas y conductas peyorativas, en el impulso cierto a la cultura, la apreciación artística, el cine, la literatura, la educación, el humanismo… Señores del poder, dispónganse a erradicar el analfabetismo (incluido el de muchos de ustedes) y promover la ciencia, las academias, los adecuados presupuestos para las universidades públicas, las maneras de construir un país civilizado, próspero, sin miserias mentales como las que demuestran ciertos “manzanillos” de turno.

 

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