El censor teme al censurado. Con su bellaco acto de impedir al otro (a los otros) su capacidad de cuestionamiento, demuestra una debilidad. El censor es un ser (o un sistema) tambaleante. Abona su incertidumbre con el miedo a posibles fisuras de su poder. Al no admitir la discusión, el diálogo, la crítica, ni otras perspectivas del conocimiento o de los tratamientos que otros realizan de la denominada realidad, solo le queda como opción ponerles a sus contrincantes una venda, una mordaza.
La Iglesia, descarada censuradora, temió siempre a los que pudieran poner en entredicho sus dogmas. Prefirió las hogueras a la confrontación...
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