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Colombia tiene su gracia

Reinaldo Spitaletta

27 de mayo de 2013 - 06:00 p. m.

Colombia tiene su gracia, aparte de sus múltiples desgracias.

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Una, por ejemplo, es que alguna vez, creo que en 2006, un columnista de la bandería mesiánica, nos puso como un paradigma de intelectual, “hecho a pulso”, a un asesino y usurpador de tierras: Carlos Castaño. ¿Se acuerdan? 

Otra, por ejemplo, es la de tener un procurador con antecedentes de inquisidor-quemalibros, y que, según parece, se obstina en negar que los nazis exterminaron en hornos crematorios cerca de seis millones de judíos. Por ahí, en el éter, debe andar el espíritu de Primo Levi, sonriendo ante los desbarres de un funcionario colombiano que todavía piensa como Torquemada. O como algún miembro de las SS hitlerianas.

Que Colombia tiene su gracia, la tiene. Con salero y todo. O qué me dice del teleperiodista de Cali que al entrevistar al presidente del gobierno de España, Mariano Rajoy, lo presentó, ante las sonrisas del ceñudo mandatario, como de la República de España (cuando allá asesinaron la República en la Guerra Civil), y luego como el presidente del “Reino Unido de España”, y tras las correcciones contentas del gobernante españolete que pocas entrevistas concede, la cámara se quedó sin batería. Esta vergüenza no le pasó ni siquiera al expresidente Guillermo León Valencia, cuando, frente al francés Charles De Gaulle, gritó “¡Que viva España!”.

¡Ah! y en este punto sería pertinente recordar que Valencia, hijo del camelludo poeta de Anarkos, tenía su gracia cuando mandó a bombardear las “repúblicas independientes” de Marquetalia, El Pato y Guayabero, en 1964, apoyado por la aviación gringa. En esos días, se inauguraba la leyenda de un tipo al que le habían robado, tiempo atrás, sus marranos y gallinas y la tierra, y entonces fundó una guerrilla.

Y hablando de gracias a la colombiana, se podía seleccionar de un extenso catálogo el asunto del juego de adolescentes denominado la ruleta o el carrusel (un carrusel diferente al de las corrupciones administrativas). Los adolescentes de Medellín (bueno, no todos, porque a otros los asesinan y algunos están dedicados al “matoneo”), muy imaginativos, en las fiestas, al compás de reguetones, penetran a las chicas, sin preservativo, en una ronda libidinosa y de riesgo. Algunas peladas, se ha sabido, quedan en embarazo y no saben de quién.

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A propósito de “matoneos”, en Medellín hay muchos niños que no pueden ir a las escuelas, porque temen, con razón, cruzar las “fronteras invisibles”, o porque hay pequeños pilluelos que se dedican a golpear y quitar las loncheras a los “menos avispados”. Un caso reciente, que de gracioso no tiene nada, por supuesto, fue el de un muchacho muerto por sus compañeros de colegio en Bello. Antes de matarlo a patadas, ya le habían hecho un “seguimiento” de oprobios, entre los que estuvo clavarle grapas con una cosedora. Esto ocurre en “Antioquia, la más educada”. Con razón dijo el columnista Andrés Oppenheimer que “la educación es una cosa demasiado importante para dejarla en manos de los políticos”.

Colombia, tierra querida, como dice la composición de Lucho Bermúdez, tiene su gracia, en medio de sus innumerables desasosiegos, como los producidos por la desigualdad en la distribución de la riqueza. No deja de ser gracioso, por ejemplo, que alias La Gata, reina del chance, se recupere como por milagro de la Madre Laura, de la enfermedad que por más de seis años le permitió eludir la cárcel.

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La locomotora minera de Santos, que ha producido deforestaciones, daños ambientales, presencia devastadora de transnacionales, ahora, según denuncias del diario El Tiempo, también trajo la trata de mujeres, sobre todo de adolescentes, a las que venden para ir a prostituirse en los campamentos mineros, en un mercado de horrores que manejan los grupos paramilitares.

Dentro del vasto repertorio de males que tiene el país, no dejan de ser “graciosos” aspectos del fútbol profesional, que nada en las aguas turbias de la  mediocridad. Claro que no tiene ninguna gracia que hinchas de Millonarios lleven banderas con efigies de un delincuente como alias El Mexicano, o que algunos del Nacional pinten la cara del mafioso Pablo Escobar  al lado de sus insignias verdiblancas. Pero que un árbitro (Juan Pontón), como afirman que ocurrió el domingo en Cali, insulte a los jugadores del DIM y a uno le diga: “qué me vas a decir, malparido”, ya es la tapa del congolo, como decían los abuelos. Y para esa gracia, muchas gracias.

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